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N ° 35

Buenos Aires, septiembre 17 de 1999.-

EXPERIENCIAS DE UN VIAJE A MALVINAS

      N. de la R. Siempre considere Malvinas un tema interesante para analizar las conductas argentinas frente a temas “nacionales”. Desde hace semanas algunos me preguntan cuando escribiría sobre ello y vine demorando porque mi amigo Alejandro Maglione viajo en el primer viaje turístico realizado poco tiempo atrás.

      La nota irá en dos partes por espacio, y es un relato de lo vivido por alguien que no fue a buscar una nota de tapa. Tiene realmente cuestiones desconocidas por la mayoría sino por la totalidad de los argentinos, me incluyo. Más adelante prometo algunas reflexiones mías ajustando mi dimensión del tema. Su título es provocador, pero les aseguro que vale la pena leerlo, espero que lo disfruten.

¿LAS MALVINAS SON ARGENTINAS? (primera parte)

      Es fácil imaginar que la mitad de los lectores de este newsletter, apenas vieron este título decidieron pasar de largo lo que sigue por considerar excesivamente agresivo este planteo de entrada nomás.

      Pero la verdad es que después de haber integrado el primer contingente de argentinos que viajó a las islas Malvinas como NO periodista, tuve oportunidad de acceder a una experiencia que he ido compartiendo durante estas semanas con los amigos que se interesaron por el tema.

      La primera sensación que he tenido (en realidad una certeza, más que sensación) es que los argentinos, declamadores febriles, de que no olvidaremos nuestras islas “tras su manto de neblina”, NO TENEMOS LA MENOR IDEA DE QUE SE TRATAN.

      ¿Le doy un ejemplo para que siga leyendo? Ahí va: ¿cuántas islas integran el archipiélago de las Malvinas? Le paso una estadística: 90 % de los preguntados contestaron un número de 1 a 10; 9% un número de 10 a 50; y uno solo (el Dr. Carlos Egaña) dijo 300, con lo cual se colocó entre los más cercanos a la realidad. ¿Cuántas son? : ¡700!. Y varias de ellas superan las 20.000 hectáreas.

      Esta fue una de las grandes conclusiones a que llegamos con Martín y Lizzie Aberg Cobo que fueron, junto con el Comodoro Juan José Cadete Güiraldes, los NO periodistas que hicimos este viaje: nos falta mucho por saber de las islas.

      Todo empezó cuando me enteré del viaje y resolví que quería ir. En pocas horas convencí a los Aberg Cobo de participar de la expedición, y allí nos fuimos a Santiago de Chile para tomar el avión que en 8 horas nos depositaría en la base de Mount Pleasant. El vuelo demora tanto porque, entre otras cosas, hace escalas en Puerto Mont y en Punta Arenas. Pero todo esto será historia, a partir de la escala que hará el mismo vuelo en Río Gallegos a partir de octubre.

      Lo que encontramos en las islas fue una actitud mayoritariamente amigable. Los vehículos que llevaban desplegada la bandera británica, saludaban nuestro paso amablemente, y hasta se paraban para charlar con nosotros.

      Descubrimos que buena parte de ellos, especialmente los mayores de 25 años, hablan castellano correctamente (claro con el inevitable tono anglosajón, pero muy bien).

      Descubrimos que no les incomoda demasiado que nos refiramos a las islas como Malvinas, porque admiten que es un nombre histórico. No les gusta nada la denominación

galtieriana de Puerto Argentino para identificar a Stanley (así solito, sin “puerto”), simplemente porque LO FUNDARON ELLOS. “Nuestro” Vernet  fundó lo que se conoce como Port Louis, en homenaje al rey de Francia (no el de Argentina..., que además todavía no existía bajo esa denominación). Y este caserío –ya que de eso se trata- queda actualmente a más de una hora y media de automóvil desde Stanley.

      También descubrimos que los habitantes en total son 2000, de los cuales 500 viven en el “camp” (así denominan al campo y ya volveremos sobre esto) y el resto en Stanley. Pero, de los 2000,  1000 no son nacidos y criados en las islas, y lo mejor es que los que lo son los discriminan de alguna manera. También los anglicanos –amplia mayoría- discriminan a los católicos. Nada que llame la atención para quien tenga alguna experiencia de haber vivido o vivir en un pueblo chico.

      Estos números no incluyen la guarnición militar. Llegan a 4000 sus habitantes. Está a 60 kms. de Stanley  y cambian sus miembros cada 4 meses. Asimismo, tienen prohibido ir al pueblo, cosa que no se les hace necesaria por razones santas ya que además tienen supermercado, cine, etc. en la propia base.

      Se me ocurrió comprar todos los libros que encontré que hablaran de las islas. En realidad todos no, omití aquellos que hablan de la guerra. No me interesaba la versión de ellos, y, fundamentalmente, no creí ni creo que podamos edificar nada a partir de este triste episodio.

      Todos los libros tienen curiosidades novedosas, por lo menos para mí. Por ejemplo, el gaucho Rivero, que llegó a darle el nombre por unas horas a lo que luego se denominaría Puerto Argentino, en realidad era uruguayo. El inglés que mató –Brisbane- trabajaba para el gobierno de Buenos Aires, lo había designado Vernet para ocuparse de controlar los balleneros que recalaban en los centenares de caletas que tienen las islas.

      También aprendí que Vernet no era de origen francés, sino alemán (y esto me lo confirmó días pasados una descendiente directa del prócer).

      Alguien tendría derecho a preguntarme: ¿todas en contra? No, varias, muchas, a favor. Un libro que apenas compré tuve que regalárselo al Cadete Güiraldes y comprar otro para mí, se llama “Corrals and Gauchos”. La autora, estuvo con el Cadete (que la recibió vestido de gaucho como no podía ser de otra forma) e intercambiaron información durante prolongadísimo tiempo. Lo interesante del libro es que se refiere a los gauchos como “sudamericanos”, y reproduce pinturas donde aparecen gauchos con chiripá, tomando mate y usando boleadoras durante un rodeo. Incluso la autora comenta las pinturas y se pierde cuando tiene que explicar el chifle que aparece colgado de una pared, porque no sabía para qué servía.

      En este libro se explica que son muchos los términos que usa la gente del camp que vienen del español (empezando por la  misma camp). Ensillan con recado, y al cojinillo lo llaman cojinilla. Al pelaje alazán lo denominan alizan. Y esto se repite en la toponimia, donde abundan los nombres españoles.

      Abundan los corrales de piedra que quedan de la época colonial y allí empiezan las contradicciones cuando estos testimonios no coinciden con la sensación que tienen ellos que al llegar los británicos, en las islas no había más que focas y gansos. Darwin menciona que al llegar con la Beagle se encontró con que habían más de 15.000 vacunos y 2.000 yeguarizos. Entonces uno les pregunta: ¿y de dónde habrán salido...? Y los falklanders se mirán con sincero desconcierto.

      Pero una de cal y otra de arena. Tampoco es tan claro el paso de Magallanes por la zona. Y en cambio parece que quedó alguna que otra placa de bronce británica puesta por el 1700, indicando que esa tierra había sido visitada por ellos y tomada como propia en nombre del rey Jorge.

      Y esto lo saben los isleños de buena fe. A los mayores se les hace difícil responder: “¿cómo les fue posible convivir con los alemanes un par de lustros después de la Segunda Guerra, siendo que estos habían votado a Hitler para gobernarlos, y no nos pueden ver a nosotros 17 años después, siendo que ninguno eligió a Galtieri?”. Este tipo de reflexiones también los deja muy, pero muy reflexivos.

(Continuará con la segunda parte que se publicará en el siguiente número).

 

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