N ° 27
Buenos Aires, julio 23 de 1999.-
Durante su campaña electoral José de la Sota prometió reducir los impuestos provinciales en un 30%. Entre sus primeros actos de gobierno fue sancionar el decreto que reducía las alícuotas tributarias dando cumplimiento a la promesa. Lo alentador es que además redujo los salarios de los funcionarios políticos.
De la Sota cumplió sus promesas, y tomo una medida ejemplificadora. Es bueno para el país ver estos ejemplos. No porque este mal que los funcionarios cobren sueldos altos, sino porque en medio de una crisis recesiva los políticos suelen seguir el modelito del FMI, cerrar las cuentas fiscales. Antes entonces aumentaban los salarios y sus sueldos se mantenían.
La receta del FMI es equivocada porque la capacidad contributiva de los ciudadanos tiene un límite. Cuando se lo pasa se genera la quiebra del sector privado. Es imposible cerrar las cuentas a costa de los contribuyentes. Por el contrario es en estas circunstancias cuando deben reducirse los impuestos.
De la Sota recién comienza y Córdoba tenía la más alta presión tributaria provincial del país. Se necesitaba la reducción de impuestos. Pero el 63% del gasto público consolidado (excluyendo el gasto de seguridad social) se realiza en forma descentralizada, es decir que lo hacen municipios y provincias. Pero el 77,3% de la recaudación tributaria consolidada se hace con impuestos nacionales, es decir que continua altamente centralizada.
Mientras la organización tributaria federal continúe organizada de esa forma, políticas como la implementada por De la Sota serán ejemplificadoras, pero no suficientes. Si se mantiene la estructura tributaria actual es el estado nacional quien debe reducir la presión fiscal.
Argentina no puede devaluar, lo sabemos casi todos. La cuestión más grave es que una devaluación impactaría muy seriamente en las empresas que se endeudaron en dólares. Los U$ 50.000 millones que se estima deben empresas privadas elevarían su costo de tal forma que perderían las ventajas de la devaluación. Además a una devaluación se sabe como se entra pero no como se sale. Cuando Brasil devaluó sus empresas estaban endeudadas en reales, no en dólares.
Si devaluar no conviene, la cuestión es como aumentar la competitividad de nuestra economía. La respuesta es bajando precios y para bajarlos hace falta bajar los impuestos (y simplificarlos). De otra forma ni con flexibilidad laboral habrá más empleo.