N ° 27
Buenos Aires, julio 23 de 1999.-
El 20 de julio de 1969 el mundo vivió con asombro y admiración la llegada de la cosmonave Apolo XI al Mar de la Tranquilidad en la Luna. Unas horas después Neil Armstrong se convirtió en el primer hombre que pisó la Luna. Sus palabras fueron “un pequeño paso para el hombre, un salto gigantesco para la humanidad”.
Recuerdo que con solo 10 años de edad estaba pegado al televisor blanco y negro, de válvulas, siguiendo la transmisión en directo. No era una cuestión de la cual podíamos advertir toda su trascendencia, era ante todo el asombro. En 1969 muchos de quienes asistían a la llegada del hombre a la Luna en directo por tv habían nacido antes del avión. Mis padres no habían conocido la televisión en su infancia, el avión biplano, el hidroavión, con motor a pistón era él de sus primeros años de vida, ni existían los jets.
Visitar el Museo del Aire y del Espacio en Washington o el Centro Espacial de Cabo Cañaveral Kennedy permite conocer la precariedad en que las travesías Apolo se hacían. Cualquier auto de esta década o computadora personal tiene más tecnología que aquellos cohetes y naves Apolo. Las llaves y controles de cerámicas, el espacio inexistente para moverse, etc. son asombrosas. Fue una epopeya comparable a la Conquista de América, Cristóbal Colón, quien también viajo sin saber si volvería.
Esta semana se conoció como el gobierno norteamericano estaba preparado para anunciar que Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins no podían volver. Nos da una muestra de la gigantesca dimensión del viaje de las naves Apolo.
Los más jóvenes no imaginan el salto tecnológico que aquellas misiones Apolo reflejaron. Los despegues del transbordador espacial les resultan casi rutinarios. No conocieron guerra fría y sin ella tal vez los EEUU no hubieran gastado miles de millones para que 12 hombres pisaran la Luna. Ellos navegan por Internet, y la llegada de la Apolo XI a la Luna les es tan ajena como la de Cristóbal Colón a América a muchos de nosotros. Claro que gracias a este último aquí estamos y no nos es entonces tan ajena.
Podríamos dedicar unos minutos a recordar aquella gesta americana, a imaginar el arrojo de quienes se montaban en 100 metros de combustible sin saber si explotarían, o podrían volver.
Sería un buen homenaje, pero sobre todo es un buen ejercicio para ver como es la voluntad y la inteligencia humana nuestro más importante capital, como la determinación y la voluntad de vencer, de triunfar de algunos ha llevado a la humanidad a progresar. Llegaron primeros, y todavía nadie los empató, quienes viven en el capitalismo, no en la “segunda o la tercera vía.”
Justo antes de abandonar la Luna Neil Armstrong se despidió diciendo “buena suerte Mr. Gorsky”. La frase dejó perplejos a los miembros de la NASA que no sabían quien era. Fieles a los tiempos de la guerra fría, la CIA, el FBI y la NASA comenzaron la investigación creyendo que podía ser un mensaje en clave y que tal vez el astronauta era un doble agente o se había pasado a la URSS.
Los interrogatorios a Armstrong no dieron resultado porque él alego que se trataba de una cuestión personal. Por años el periodismo le preguntó también sin éxito por aquellas palabras. Por fin en 1994 un periodista de Tampa recibió la respuesta afirmativa.
Neil Armstrong le refirió algo así. “Bueno, ahora que el matrimonio Gorsky ha muerto puedo contarlo sin temor a ofenderlos. Los Gorsky eran vecinos de mi casa cuando era niño y un día jugando al beisbol con otros amiguitos la pelota golpeo en la ventana de los Gorsky y al ir a buscarla entre los canteros bajo la ventana escuche a la Sra. Gorsky decirle a su marido: Te he dicho que sexo oral, No!, cuando ese molesto hijo de los Armstrong pise la Luna entonces te daré sexo oral ...................., Por eso le deseé suerte a Mr. Gorsky.” La historia es verdad y simpática.