Artículo

  Volver atrás

N ° 22/2001

Buenos Aires, octubre 23 de 2001.-

EL PRIMER “FRACASADOR”

Por José Benegas

 Los dirigentes políticos no alcanzan a encontrar el discurso adecuado para interpretar a favor de sus respectivas facciones el resultado electoral. El juego habitual post electoral para tratar de presentar el pronunciamiento de la ciudadanía como una victoria propia o como un fracaso ya esperado y además satisfactorio, ha sido superado por los acontecimientos. El juego que se presentó el 14 de octubre con el aluvión del voto protesta es nuevo y no saben jugarlo.

      El señor Terragno se lanza a hacer reclamos propios de un ganador a pesar de que sólo obtuvo un apoyo real del 11,11% del total de votantes a los que trató de convencer. Lo habitual en los ganadores es que luego de las elecciones moderen sus palabras y adopten una actitud de sabiduría y prudencia. Pero tal vez sospechando del carácter virtual de sus laureles en la Ciudad de Buenos Aires, continúa con su discurso de campaña vociferando demandas voluntaristas. Sólo logra con eso ponerse a merced del desprecio presidencial y hacer un papel más triste que el de quienes obtuvieron menos votos que él.

 Muchos analistas tampoco comprenden que pueda existir una carrera como esta, sin ganadores y nada más que con perdedores. La primera reacción fue la de proclamar al peronismo como el victorioso y en particular a Eduardo Duhalde como el líder de ese triunfo. ¿Pero cuál triunfo?

No es triunfar obtener una minoría que si hubiera un ganador sería calamitosa y mucho menos lo es perder contra nadie. Es, al contrario, la peor forma de perder. Los votantes no le dieron a Duhalde el 21% y a Terragno el 11,11% de los votos (en términos reales y no los ficticios que usa el Ministerio del Interior) porque prefirió a otros candidatos mejores que hayan logrado al menos una minoría respetable de un 40%. Esa no fue la decisión. Los votantes eligieron entre Duhalde y Terragno o nada. Y los votantes prefirieron nada.

Todos los candidatos fueron descartados y no porque hubiera algo mejor. El 14 de octubre señala un vacío y sólo vale la pena especular acerca de cómo llenarlo porque lo que hay hasta ahora no sirve.

Este escenario tiene aspectos bastante curiosos y uno de ellos es que la característica más sobresaliente de todos los candidatos del 14 de octubre es que hacían política en base a los sondeos de opinión. Así se le llama ahora a lo que antes se conocía como demagogia: la actitud de querer agradar renunciando a las propias ideas, si es que las hay.

Porqué entonces fracasaron si decían lo que la gente quería oír, tal vez pueda contestarse diciendo que intuitivamente los votantes se han dado cuenta de que el hecho de que los gobernantes hagan lo que se les pide no garantiza un resultado feliz para ellos. Nuestra democracia es indirecta y el gobernante debe gobernar siguiendo alguna idea, tomando decisiones y obteniendo resultados. No importa mucho si el pueblo está de acuerdo con los medios, agradecerá los beneficios. Esa es otra política, una de mayor nivel a la que tenemos en este momento, pero para la que no hay escuela.

En la calle no se escuchan opiniones diferentes a la de los políticos que naufragaron el 14 de octubre, diría que son idénticas. Haciendo un análisis superficial de esta paradoja por la cual políticos que hablaban como la gente quería fueron rechazados de la manera en que lo fueron, no hay una explicación posible de lo ocurrido, más allá del hastío por la “corrupción” que en mi opinión es solo una cáscara de otras insatisfacciones mas profundas. De hecho las propuestas “policiales” como las de la señora Carrió también fueron descardas por el electorado.

Nuestro panorama político por tanto no es apto para mediocres. Necesitarán hacer y proponer lo que debe hacerse para resolver los problemas del país. Guste o no; las cirugías nunca son agradables y sin embargo la gente se opera.

Hace años que todos los políticos repiten que la solución viene de repartir “bien” lo que “alguien”, vaya uno a saber quién, produce. Deberán aprender que la distribución está implícita en la producción: Cuando alguien produce una tonelada de maíz la vende y le es distribuida una cantidad de dinero, cuando un empleado trabaja, se le distribuye un salario y a su vez ellos distribuyen su trabajo y su maíz, siempre a cambio de otra cosa. Se puede creer que el gobierno hará algo mejor que esto desconociendo este mecanismo y creyendo que el dinero viene del cielo y sólo hace falta alguien equitativo que lo reparta. Pero lograr algo con eso más allá de romper un círculo virtuoso es otro cantar.

La repartija estatal que se refleja en más de la mitad del presupuesto nacional, es sólo el paraíso de los sindicalistas, pero para los supuestos beneficiados no es más que la muerte de la gallina de los huevos de oro. El supuesto ideal de la “igualdad” no puede ser un criterio que reemplace al “sudor de la propia frente”. Una sociedad justa es aquella donde recibe más el que da más; y esto a la luz del que recibe. No es justa aquella sociedad donde todo el mundo tiene “derecho a todo” sin hacer nada para merecerlo.

Habrá que pensar si se quiere seguir haciendo política en base a creencias equivocadas que no arrojan resultados y hartan a la gente, o se la hará con fundamento en la realidad que aunque duela resuelva nuestros problemas. Será necesario tener en claro si la recuperación de la confianza pública proviene de “escuchar” con encuestas las opiniones de ese mas del 40% del electorado que protestó el 14 de octubre o si eso no sería otra cosa que la reedición del mismo error y lo que en realidad se necesita es que haya políticos con ideas mas audaces y mejores que las que se esgrimieron hasta ahora.

 

 

  Volver atrás