N ° 17/2001
Buenos Aires, julio 16 de 2001.-
El casamiento de Sonia Cavallo desato una serie de protestas que resultan casi naturales ante tanta falta de pudor.
Por mucho que le hubiera dolido a la familia de Cavallo debieron haber cancelado la fiesta, en un contexto donde se anuncian recortes salariales y de jubilaciones hacer semejante fiesta es una acto casi de provocación.
Ciertamente Cavallo y su familia demostraron no tener pudor alguno.
No puede comerse un banquete ante personas angustiadas, que sienten que están por ser alcanzados por el hambre.
Decenas, sino centenares de policías a quienes el ministro les recorto el salario dos días antes debían resguardar a los invitados de la opulenta fiesta. Policías que no estaban para proteger a otros ciudadanos en otros barrios porque Domingo y Sonia Cavallo no cancelaron la fiesta de su hija.
Un verdadero despilfarro de recursos del estado, tener que pagar policías para proteger la fiesta que no debía hacerse.
Cada uno saca sus cuentas, vestidos de la novia, de la madrina, ambos de Gino Bogan; jaqueé del padrino y sus hijos de George (la sastrería más cara de Argentina), alquiler de los salones del Hotel Alvear el hotel de más lujo y mejor atención de América Latina, el disc jockey, el servicio de comidas, las bebidas de primer nivel.
Fiesta pagada por el ministro que dirige el “ajuste” y cuyo presidente hace unas semanas intentó vendernos que no le alcanzaba el sueldo para vivir. Tampoco explico como hizo entonces para adquirir semejante patrimonio.
Bolilla negra para algunos amigos de Domingo Cavallo que por esa razón lograron además un cargo político como el caso de Guillermo Alchourrón que esquivó la ceremonia para evitar el bochorno, pero fue a la fiesta. Amigos son los que están en las malas, no en las fáciles señor Diputado.
No se trata de ser mojigato sino un reclamo de actuar con pudor. Pertenecer tiene sus privilegios decía la propaganda de un tarjeta de crédito, pero cabe agregar que también tiene sus costos. Esta fiesta solo se podía tolerar en crecimiento, por mucho menos ya que se pagaba entrada, ajusticiaron los medios a María Julia Alsogaray cuando un grupo de amigos le festejaron su cumpleaños en el Hotel Alvear.
El sábado mientras veía el triste espectáculo ante la iglesia del pilar y el Hotel Alvear por mi cabeza pasaban las imágenes de la noche del 31 de diciembre de 1958 en La Habana. Los “aristócratas” cubanos festejaban el año nuevo en medio del lujo, mientras Fulgencio Batista huía a los EEUU y los comunistas de Fidel Castro comenzaban su marcha final para instaurar su cruel dictadura.
Sentí que esa falta de pudor era innecesaria, que con esas provocaciones se pueden despertar odios cuyas consecuencias resulten aun peores para todos.