N ° 07/2005 - Año 6º
Buenos Aires, mayo 26 de 2005.-
Seguramente el directorio de General Motors no haya prestado mucha atención a la política argentina. Tampoco los sindicalistas que núclean a sus trabajadores, ni sus accionistas, ni quienes han suscripto bonos de la primera compañía automotriz del mundo. Pero General Motors luego de más de 75 años como la primera compañía automotriz del mundo está ahora en serios riesgos no solo de perder su liderazgo sino de tener que hacer el default de la empresa misma.
En un mundo que la tecnología acerca y reduce espacios, que profundiza la competencia de las empresas para ofrecer mejores bienes y servicios a los consumidores y a la menor precio posible General Motors debe cobrar en el precio de cada automotor que vende y antes de poner un tornillo en él nada menos que U$ 1.600 que son el costo promedio por unidad para cubrir las conquistas sociales de sus trabajadores y sindicalistas, en especial los subsidios a la atención de salud de los jubilados de General Motors y de sus pensiones.
Cuando todo era rosa y nadie podía amenazar el liderazgo empresarial de General Motors los sindicalistas apretaron con huelgas, sus líderes eran muy populares porque podían obtener grandes conquistas sociales a costa de los accionistas y de la empresa. ¿Total los que producen ganan mucho dinero porque no redistribuir algo entre los trabajadores? ¿Suena conocido, o no?
Y no era la única de las innumerables conquistas y “rigideces” de las reglas laborales que para proteger algunos puestos lograron los sindicalistas a costa de la rentabilidad de la General Motors, el directorio ni siquiera puede reestructurar sus fábricas sin consentimiento del sindicato por ejemplo, ni hacer planes de producción sin asegurar trabajo a cada línea de ensamblaje. Todo muy lindo, pero así es como General Motors ha llegado a tener que seguir produciendo solo en los EEUU unos 89 modelos de automóviles mientras su más fuerte competidor, Toyota fabrica 26. Un verdadero costo de manejo de stocks, de acuerdos ineficientes con proveedores, de ineficiencia en las cadenas de montaje, de sobre costos de marketing y venta y por supuesto un drenaje permanente de dinero hacia cuestiones improductivas relegando la investigación y desarrollo.
Los sindicalistas aun hoy se niegan a revisar los convenios colectivos de trabajo que tienen varias décadas y durante las cuales General Motors no ha dejado de ir declinando cada día. Sus argumentos van desde siempre hemos estado en situaciones de dificultad y la compañía ha salido adelante.
Los directivos de General Motors “compraron” la paz con los sindicatos con el dinero de los accionistas, de los bancos y bonistas que financian a la compañía y mientras se otorgaron suculentos sueldos para tan dura tarea de arrugar, entregar los ajeno y poner a la empresa en su camino de declinación.
Los accionistas, bancos y bonistas jamás analizaron la “imposible” caída de General Motors, al menos no hasta hoy, porque es una compañía gigante y emblema del capitalismo norteamericano, del industrialismo exitoso que mejora la calidad de vida de sus clientes con buenos productos y baratos. Y porque siempre recibían alguna explicación de las culpas ajenas pero llegaban los pagos puntualmente de intereses pagados con nuevo endeudamiento, y de utilidades porque el costo futuro estaba bien escondido.
Ahora los cómplices del fracaso –los directivos y sindicalista de General Motors- han empezado la fase demagógica de querer colectivizas su fracaso y los pasivos creados pidiendo ayudas al gobierno de su país, como nuestros gobernantes piden al FMI, al BID y al Banco Mundial, etc.
Ahora suena mucho más conocido aún. Suena a nuestros sindicalistas y políticos, a nuestra izquierda que siempre promete que se puede vivir de lo ajeno, de redistribuir lo que algunos están ganando como si fuera un pecado o fruto del robo, no de haber servido a los clientes, de haberles dado algo que a ellos les resulto útil y beneficioso.
Las conquistas demagógicas tienen su precio, en Argentina y en los EE.UU., y es el que ahora enfrenta a General Motors con su posible quiebra, a sus acreedores con el default de la empresa. La irresponsabilidad y los errores se pagan, no se pueden evitar.
Y los directivos de General Motors como sus sindicatos, no han sido menos irresponsables en la situación de su empresa que los de Enron o Worldcom en sus quiebras. Han disimulado su defraudación a la empresa bajo la mentirosa y falsa demagogia de la “justicia social”, de repartirse lo ajeno a favor de otros. Han disimulado su robo a los accionistas y bonistas mediante el “tranquilizador y solidario” argumento de ayudar a quienes menos tenían, a los que se jubilaban beneficios eternos y “gratuitos”, claro que eran gratis para ellos pero muy caros para la empresa, es decir sus accionistas, trabajadores actuales, bonistas, etc.
La culpa ahora es de los de afuera, de la tasa de interés de los acreedores. Pero como ellos son una industria emblemática deben ser auxiliados. Que es decir que piden a su gobierno que los contribuyentes norteamericanos sean obligados a pagarle por sus malas decisiones, a pagar una fiesta donde no fueron invitados, ni lo serán.
Cada vez suena más conocido.
En Enron o Worldcom se inventaban ganancias, valorización de activos, etc. en General Motors como en Argentina se crearon pasivos impagables y se los disimulo con la esperanza que la bomba explotara en manos de otros, muchos años adelante y las culpas estuvieran disimulados por el paso del tiempo.
General Motors no tiene su futuro exitoso asegurado, más bien los escollos en el camino y la falta de visión de sus directivos recuerda a la dirigencia argentina. Y esos directivos también disimulan su fraude mediante una generosa campaña de publicidad. Pero ni la propaganda podrá evitar las malas consecuencias de manejar de la misma forma que se ha manejado el Estado Argentino a una empresa industrial y comercial, por grande que esta sea.
Hay diferencias, por supuesto, General Motors no puede obligar a nadie a comprarle sus automotores pero el Estado Argentino si nos sube los impuestos y nos mantiene prisioneros de sus políticas. En otras palabras General Motors no puede postergar las decisiones que debe tomar, porque en las empresas los errores y fracasos se pagan con la quiebra, los estados condenan a la pobreza a sus ciudadanos.
General Motors tiene algo más en común con la Argentina, sus directivos cada año prometen que llegará la solución con el lanzamiento de algún nuevo modelo, un maquillaje por aquí o por allá, pero el modelo de gestión y las causas de su decadencia son mantenidas. General Motors, sus directivos tal vez deberían probar un camino distinto, él de volver al modelo empresarial que los convirtió en exitosos, en líderes de innovación en sus productos, en calidad y buenos precios. Dejar atrás, echar por la borda el lastre de promesas de un “estado de bienestar imposible de pagar”. Sería como que la dirigencia argentina aceptara que el abandono del modelo jurídico y económico de la Constitución de 1853 nos ha llevado al fracaso y la pobreza.
En General Motors como en Argentina los beneficiarios del sistema se niegan a perder algunos de sus beneficios, creen que son los demás quienes deben resignarlos y los que producen quienes deben mantenerlos a todos. La resistencia a perder algo los hará perder todo a ellos mismos y a muchos más.
El drama de la General Motors y de nuestra Argentina es que quienes la conducen no quieren desmontar las causas del fracaso, ni quieren ver cuales fueron las causas del éxito pasado. Si no vuelven al camino que los llevó a crecer la General Motors irá a la quiebra, Argentina seguirá su camino de decadencia, pobreza y estallidos de violencia social en forma esporádica.