N ° 13/2004 - Año 5º
Buenos Aires, septiembre 10 de 2004.-
Frente a lo que acaba de suceder en Osetia del Norte, es importante no tratarlo como evidencia de la inoperancia de los militares rusos y del cinismo de Putin.
Toda vez que se produce un ataque terrorista atroz, muchos reaccionan atribuyéndolo a los errores cometidos por el gobierno del país golpeado. Para una minoría de los norteamericanos y una mayoría de los demás resultó irresistible tomar la muerte de tres mil personas aquel 11 de setiembre por evidencia de la malignidad y estupidez del imperialismo yanqui. En marzo pasado, el electorado español castigó al gobierno de José María Aznar por la masacre perpetrada por terroristas islámicos en Atocha. Y apenas se puso fin a la masacre de centenares de niños y adultos en Osetia del Norte, comenzaron a oírse en todas partes voces indignadas dirigidas no contra los asesinos sino contra las fuerzas de seguridad rusas y el presidente Vladimir Putin, como si ellos fueran los auténticos responsables del horror.
Tal actitud se debe no sólo al internismo que es propio de nuestras sociedades modernas en las que es habitual hacer del adversario local una encarnación del mal, sino también a la renuencia generalizada a reconocer la magnitud de la amenaza planteada por el extremismo islámico. Para hacer frente al ejército de fanáticos, muchos de ellos plenamente dispuestos a suicidarse si los ayuda a matar a quienes no comparten sus creencias rígidas, bien podría resultar necesario retroceder a épocas mucho menos tolerantes y humanitarias que la actual. El clima pacifista que se ha extendido por el mundo es fruto de tantas décadas de paz en los países más desarrollados que sus ciudadanos llegaron a considerarlo normal, un sentimiento que, la globalización mediante, se difundió a otras zonas. Como siempre ha sido el caso, las advertencias de los convencidos de que nos esperan conflictos salvajes comparables con los de tiempos supuestamente menos esclarecidos fueron repudiadas por los que preferirían creer que es una cuestión de inventos burdos confeccionados por políticos inescrupulosos.
Frente a lo que acaba de suceder en Osetia del Norte, es importante no caer en la tentación de tratarlo como más evidencia de la inoperancia de los militares rusos y del cinismo de Putin. Aunque ambos merecen críticas por su manejo de esta crisis y por su conducta en Chechenia, esto no significa que en última instancia tienen la culpa de todo. Una vez que fue tomado el colegio lleno de alumnos, maestros y familiares, “negociar” una solución satisfactoria ya se hizo virtualmente imposible, porque todo hace pensar que los terroristas estaban decididos a morir matando. En cuanto a la confusión que el mundo entero miraba por televisión, siempre ha sido habitual en los grandes operativos de rescate aunque, de más está decirlo, a muchos les gustaría creer que siempre es posible resolver una situación de aquel tipo sin disparar un solo tiro. Puede que en algunos países las autoridades hubieran actuado con mayor eficacia, pero es de esperar que no tengamos una oportunidad para averiguarlo. Por cierto, fue comprensible la furia que sintió el Kremlin cuando el vocero holandés de la Unión Europea afirmó que “quisiéramos que las autoridades rusas nos expliquen cómo pudo haber ocurrido esta tragedia”, insinuando de tal modo que los responsables no fueran los terroristas.
Putin ha jurado que en adelante Rusia no demostrará debilidad frente a los terroristas, lo que hace prever un esfuerzo mucho mayor por vigilar las actividades de los muchos musulmanes, en especial de los procedentes del Cáucaso, que viven en su país. Si bien se verá acusado de discriminación religiosa e incluso racial por tal decisión, la verdad es que no le cabe más alternativa que la de concentrarse en comunidades que tanto en Rusia como en otros países han estado produciendo miles de jóvenes atraídos por la idea de una guerra santa. Según muchos, en la raíz de esta reacción virulenta está el comportamiento hacia el Islam de los países de cultura europea, además de China y de la India, pero a esta altura el tema así supuesto ha de interesar más a los historiadores, que a los gobernantes que están obligados a defender por todos los medios que resulten necesarios a sus ciudadanos contra la amenaza nada ficticia planteada por el terrorismo principalmente islamista que no se replegará hasta que la mayoría abrumadora de los musulmanes entienda que si no hace mucho más por derrotarlo, sus propios correligionarios pagarán un precio muy pero muy elevado