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N ° 10/2004 - Año 5º

Buenos Aires, julio 15 de 2004.-

¿EL RETORNO DE LOS MIEDOS?

Por Eugenio Kvaternik en el diario La Nación del 15 de julio de 2004

Una complicada madeja, donde es difícil separar la paja del trigo, es el saldo de las últimas semanas en las cuales la violencia ha monopolizado la esfera pública, con el ataque a los locales de McDonald's, la provocación del grupo Quebracho en el edificio del Ejército y asaltos a comisarías y juzgados.

A este rosario de acontecimientos se sumaron los episodios del Día de la Independencia. En lugar del desfile militar, los televidentes pudimos apreciar, atónitos, el espectáculo de una coreografía inaudita que remedó, en forma incruenta, los episodios de Ezeiza de hace treinta años: el enfrentamiento entre grupos piqueteros rivales frente al palco presidencial.

Dos interpretaciones se ofrecen para entender estos hechos. Según la primera -puesta en circulación por algunos funcionarios, sus piqueteros aliados y organizaciones de derechos humanos- se trataría de una reacción, en busca de justicia y reparación, contra los abusos de la policía de gatillo fácil, como le gusta decir al Presidente. Las comisarías, junto con los juzgados, parecen ser los símbolos de la opresión, como lo eran en el Antiguo Régimen las oficinas del fisco y los archivos de la justicia señorial. Aun cuando así fuera, esa visión omite que, en la Revolución Francesa, el temor de los campesinos a una reacción nobiliaria por los privilegios perdidos desató una serie de pillajes e incendios de los castillos y bienes de la nobleza, y una sensación conocida como el Gran Miedo se instaló en la sociedad. Miedo de los campesinos a los señores, miedo de éstos a los campesinos, miedo de las ciudades a los vagabundos del campo.

Como en la Francia revolucionaria, el miedo comienza a invadirnos a todos. Los ciudadanos tienen miedo de los malos policías; la policía, miedo de los políticos y de los ciudadanos que la usan como chivo expiatorio; la Justicia -específicamente, los fiscales-, temor del poder político que no la respalda. Entre nosotros, ¿es un Gran Miedo o sólo son miedos menores? El tiempo dirá.

Una interpretación alternativa sugiere, en cambio, que no hay que retroceder tanto en el espacio ni en el tiempo para encontrar algunas claves de lo que sucede. Si alguien compaginara un collage con esos acontecimientos, bien podría situarlos, sin falsear los hechos, en la Argentina de los años 70. ¿Es mera casualidad que un gobierno que tiene entre sus funcionarios a quienes hace treinta años violaban la ley y el orden con el argumento de que la violencia de arriba debía ser enfrentada con la violencia de abajo, nos diga ahora, en forma sibilina, que aplicar la ley es fomentar el desorden, y no aplicarla es la única manera de mantener el orden? El Gobierno, como el marxismo de Gramsci, tiene como principal enemigo al sentido común; y si cree, junto a sus aliados, que el sentido común es de derecha, no es casual que crea que es de izquierda confundir el caos con el orden.

Como hace treinta años, un gobierno peronista articula -es difícil afirmar que los representa- a una confluencia de clase media con sectores contestatarios: ayer, los guerrilleros; hoy, los piqueteros. Como en un encuentro de pareja fruto del azar de un teléfono ligado y donde las fantasías se desvanecen apenas ambos se conocen, no los vinculan -maticemos por esta sola vez a Borges- ni el amor ni el espanto: apenas un malentendido.

Según cuál de estas dos visiones adoptemos, entenderemos la presencia de varios ministros del gabinete nacional en un acto piquetero como el desfile inaugural de la nueva política o como la música de una procesión mortuoria. Para esta última, podemos elegir -tanto más da- la marcha fúnebre de Sigfrido o la música de aquella recordada película All that jazz, donde el protagonista baila al compás de su propia muerte.

El Gobierno construye un aparato político que tiene como ingredientes sentimientos genuinos de solidaridad, el dinero de los planes sociales y, por supuesto, la violencia. El peronismo, que nos había brindado hasta aquí la movilización inclusiva de Perón y la desmovilización protectora de Menem, nos ofrece ahora, un tercer capítulo: la movilización prebendaria de Kirchner. De este modo, y como también lo hacía el primer peronismo, expresa y a la vez coopta la protesta. Negocio redondo para ambos, el Gobierno y los líderes piqueteros. El Gobierno, porque a cambio de morigerar en algo la protesta se asegura el control parcial de la calle a través de la movilización de sus leales. Los líderes piqueteros, porque tienen lo mejor de ambos mundos: protestan con la protección del poder político.

El oficialismo es algo bastante parecido a lo que pretende reemplazar. Si no, sería inexplicable que los intendentes peronistas del conurbano -presuntos daguerrotipos de la vieja política- no tengan necesidad de purificarse en el Jordán. Les basta con cruzar el Riachuelo para que la Casa Rosada los consagre como las vestales de la nueva política.

¿El kirchnerismo es un travestí o un hermano siamés del duhaldismo?

Si el kirchnerismo es un travestí y el duhaldismo la vedette, nada descarta que el oficialismo pueda competir con su ex mentor, como lo demuestra la revista porteña, donde el éxito de un conocido travestí sugiere que tanto en el teatro como en la política los travestís pueden tener -o tendrán pronto- el mismo éxito que las vedettes.

¿Guerra entre vedettes y travestís, o entre hermanos siameses que ya no pueden vivir pegados, pero que temen que la separación los lleve a la muerte?

Uno de los padres de la constitución norteamericana, James Madison, nos dice que una facción es cualquier grupo -sea una mayoría o una minoría- que atenta contra el interés general y los derechos de los individuos.

La presencia de los ministros en el acto piquetero de Parque Norte no es un error táctico -como lo deslizan en forma benévola algunos periodistas y observadores-, sino la última entrega de una tira facciosa, que comenzó con la anulación de leyes del perdón y continuó con los episodios de la ESMA y del Colegio Militar.

El espíritu de facción se manifiesta, en primer lugar, en el conflicto que el Gobierno provoca en el seno del Partido Justicialista. Vicios del PJ aparte, lo cierto es que la eventual división de la fuerza de gobierno dejaría al país y a las instituciones al garete y afectaría, al poner en riesgo la estabilidad institucional, el interés general de los ciudadanos en aras de los intereses de una facción, colgada del barrilete de las encuestas. En segundo lugar, en la política de derechos humanos, al amputar de la memoria los crímenes de los montoneros, de López Rega y la triple A, más las novecientas desapariciones ocurridas durante el gobierno de Isabel Perón, atenta contra el interés de todos los ciudadanos, que es la reconciliación basada en el reconocimiento de los hechos. De todos los hechos y no la media verdad de una minoría facciosa.

Por último, en lugar de velar por el conjunto, el Estado se pone a favor de una de las partes, es decir, al servicio de una facción.

El Gobierno se había mostrado hasta aquí más proclive a herir sensibilidades que a afectar intereses. ¿Se ha decidido ahora a cambiar de libreto, afectando la tranquilidad y la seguridad de los ciudadanos al convertirlas en el bien mostrenco de la propia facción? El Gobierno culminó su primer año polarizando a las elites. ¿Inicia el segundo polarizando a la sociedad?

El almirante Horthy, jefe de Estado húngaro entre las dos guerras mundiales, decía que cada vez que tenía que tomar una decisión importante se preguntaba qué hubiese hecho en su lugar el emperador Francisco José. No esperamos tanto del Presidente como para que medite qué hubiera hecho, en la crisis que nos sacude, el general Perón. Le rogamos que, para el bien del país y del suyo propio, no piense qué hubiera hecho el Dr. Cámpora.

 

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