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N ° 04/2004

Buenos Aires, marzo 10 de 2004.-

 

TERRORISMO SIN ETIQUETAS NI EUFEMISMOS

Por Gabriela Pousa

Y una oración en memoria de las víctimas

No es mucho lo que se puede escribir en circunstancias como ésta. Los hechos hablan por sí mismos. De nada sirve adentrarse en el debate estéril que pretende buscar respuestas o identificar culpables. Si fue la ETA, si fue Al Qaeda... ¿Cuál es la diferencia?...

El terrorismo no admite sinónimos ni eufemismos, menos aún etiquetas que sólo tienden a desvirtuar y confundir aún más lo que no es sino una cabal demostración de decadencia.

Qué se mencione a España como el sitio donde se produjera tan ruin atentado es un dato menor que sólo sirve a instancias de establecer un espacio geográfico.

Es la humanidad en su conjunto la que ha quedado mutilada una vez más por obra del terrorismo. Esa dominación por el terror debe ser repudiada por el mundo entero. ¿Cuáles son las ideas o los credos que ameritan coartar la vida misma? No hay política ni religión capaz de implementar con la muerte, un orden diferente. Sólo el fundamentalismo se nutre de sangre. Y hablo de fundamentalismos porque, se trate de la ETA o de Al Qaeda, lo que persiguen estas células es la instrumentación del terror sin ningún tipo de conciencia.

A esta altura de las circunstancias se torna imprescindible apelar a políticas de Estado concretas tendiente a desterrar de forma definitiva la raíz misma del mal.

Estamos presenciando la internacionalización del terrorismo. Argentina no fue ni es ajena a ello. Es necesario comenzar por repudiar y hacer valer la Justicia ante toda declaración proclive a la defensa de atentados como el que hoy nos convoca. No hay lógica capaz de ser aprehendida por quienes actúan en forma irracional. Y es que cuando comienzan las voces, siguen los actos... Es peligroso escuchar cierto “periodismo” haciendo política de barricada con este hecho, en un vano afán por establecer partidismos ridículos en un marco de este tipo.

Ya no se trata siquiera de mano dura o mano blanda. Se trata de mancomunar esfuerzos a fin de establecer un pluralismo real y legítimo basado en la tolerancia, en la pacífica convivencia de ideas pero no en la difusión absurda del temor o la violencia.

¡Cuidado! Que ese fin no puede ser alcanzado a través de prebendas o trueques, menos aún de negociados. No se trata de establecer parámetros de negociación ni demagogias vacías.

Vayamos a un caso práctico: Un terrorista ha colocado una bomba que estallará en media hora en uno de los cien colegios de la ciudad y se niega a confesar cuál. ¿Es moralmente lícito torturarlo para que revele el nombre del colegio donde ha puesto el explosivo?. Formulada esta pregunta en un ámbito académico, se levantarían polvaredas de razones y no razones que trataran de esgrimir algún argumento más o menos convincente a favor y en contra del método. Mientras se trata de un puzzle moral de esos que suelen aparecer en tantas revistas no hay por qué preocuparse. Pues bien, analicemos qué respuesta daría cada uno de ustedes si uno de sus hijos está en alguno de esos colegios... Sin duda, utilizaría el método que fuera necesario a fin de lograr la confesión del terrorista más allá de indagar las causas que tuvo para poner la bomba. No habría legislación alguna que frenara el impulso de la sangre en una situación extrema. De allí que sea imprescindible evitar la génesis misma de la violencia. Después es tarde. Después aparece la cadena de acciones y reacciones que termina imponiendo, en forma definitiva, la sentencia maquiavélica. “El fin justifica los medios” como norma suprema.

¿Pero como justificar al terrorista? El círculo se cierra. Ya no hay forma de escapar a un desorden de cosas que comienza a mostrarse como natural.

Es preciso atacar antes las causas porque las consecuencias escapan a toda racionalidad.

Combatir el terrorismo exige primero y principal una voluntad política sin titubeos, en segunda instancia una fuerza jurídica incorruptible y por último la prevención necesaria para evitar las consecuencias. Es decir, que se combata explícitamente y antes del hecho violento en sí, el inicial discurso de enfrentamiento, la apología del delito que se viene propagando en forma indiscriminada aún cuando no queramos oír. Esa propagación de declaraciones obtusas y necias no tiene fronteras y no hace mucho las hemos oído por aquí. No seamos tan ingenuos de creer que son meros ecos de voces aisladas.

No hay terrorismo democrático, no puede haberlo. La pluralidad de ideas no amerita la formación de células insurrectas. La izquierda por ejemplo, no será democrática hasta tanto abandone el concepto de revolución. La dictadura tampoco podrá serlo hasta que se olvide el mito del pueblo oprimido y la anulación del libre albedrío. Desde luego que los límites son difíciles pero no por eso imposibles.

Qué la desgracia del pueblo español - que no es sino la desgracia de la humanidad entera- sirva para abrir los ojos y observar cuáles son las políticas de Estado que nuestra dirigencia instrumenta para evitar que se sucedan atrocidades semejantes. Hoy, España es o debería ser tan sólo un mero dato geográfico. Y si acaso entre quienes tienen la obligación de velar por la paz, se enraízan voces proclives a la difusión de estos crímenes sepamos pues, cuáles han de ser después las consecuencias...

 

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