N ° 01/2004
Buenos Aires, 23 de enero de 2004.-
“Para los contemporáneos, 1945 fue un año de triunfo y derrota, de revolución y ruina, de alivio y desesperación, de alegría y tristeza. Los años de guerra habían sido testigos de atrocidades y crueldades más allá de toda experiencia: 55 millones de muertos, 35 millones de heridos, 3 millones de desaparecidos; aproximadamente 30 millones de civiles muertos, entre los que se incluye 6 millones de judíos europeos. Algunos sobrevivientes se consolaban a sí mismos con la esperanza de que la guerra se había vuelto inimaginable. Otros atendían heridas incurables y resentimientos insaciables. Otros incluso se disponían a hacer un mundo mejor.”[1]
La cita precedente nos sirve de marco de referencia para ver las circunstancia bajo las cuales Estados Unidos lanzó el Plan Marshall en 1948. El mismo fue una ayuda económica principalmente para la recuperación de Europa en la postguerra: Austria, Bélgica, Dinamarca, Francia, Grecia, Inglaterra, Irlanda, Islandia, Italia, Luxemburgo, Holanda, Noruega, Portugal, Suecia, Suiza y Turquía (en 1949 se incorporaría Alemania Federal) fueron los principales beneficiarios, luego se incorporarían otros países. El plan se implementó entre 1948 y 1952, y se comprometieron originalmente 17.000 millones de dólares (de la época) de los que se integraron sólo 12.500 en efectivo más la ayuda en especies como ser: alimentos, combustible, materias primas, bienes de capital, ayuda profesional, maquinarias, etc. (con lo cual la suma alcanzaría los 20.000 millones).
Es muy importante tener presente que el plan NO ERA UN PRÉSTAMO, ya que no se pagan intereses ni amortización sobre el mismo. El costo de la ayuda era asumida por los ciudadanos norteamericanos con sus impuestos. ¿Por qué? Para que los países de Europa se recuperasen rápidamente y no cayeran en la “tentación” comunista durante el inicio de la “guerra fría”. De manera tal que la última palabra sobre el destino de los fondos y la manera de ser empleados la tenía Estados Unidos.
Por ejemplo, Estados Unidos se opuso a que Argentina fuera uno de los países beneficiarios directa o indirectamente. La cuestión de la neutralidad de Argentina durante la guerra fue un factor determinante en esta medida, sumado a ello, “en la Organización de Cooperación Económica de Estados Unidos, que administraba el Plan Marshall, predominaba la influencia de Braden (férreo opositor a Perón) secretario adjunto de Asuntos Americanos del Departamento de Estado”. El boicot de Washington consistía en que los países que recibían dólares del plan, no podían utilizarlos para comprarle bienes a nuestro país.
Todos los cambios que se producen en la economía mundial como consecuencia de los Acuerdos de Bretton Woods de 1944 reafirmaron el rol de Estados Unidos como primera potencial mundial económica y política. De alguna manera todas las decisiones de política económica internacional debían tener su aprobación. Las instituciones creadas en esta época (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio, el GATT en aquella época) fortalecen el principio de una administración centralizada de la economía y de Estados Unidos como líder.
Teniendo en cuenta lo mencionado en esta columna me pregunto si el Presidente Kirchner quiere realmente un nuevo Plan Marshall. Ya que una ayuda de esta naturaleza sólo sería posible bajo un férreo control de Estados Unidos. Precisamente algo contra lo cual el presidente ha despotricado en cuanta tribuna nacional o internacional ha tenido a su alcance. Quizás la idea que él tiene en mente es recibir sólo la ayuda económica pero sin ningún tipo de control por parte de Estados Unidos.
Por otra parte, cuando se lanzó el Plan Marshall fue para ayudar a la recuperación de los países después de la guerra. Es decir, el mal que había generado las calamidades mencionadas en el primer párrafo ya había desaparecido. En la actualidad, ¿ha desaparecido el mal que genera la pobreza de América Latina? La respuesta es NO: la corrupción, el dirigismo estatal y el desmedido gasto público no sólo que no disminuyeron sino que aumentan día a día. Como siempre nuestros gobernantes confunden las causas con las consecuencias; consideran que es mejor mirar hacia otro lado y echarle la culpa otros antes que hacer una autocrítica y asumir los costos de las reformas necesarias.
El mismo que critica a los inversores extranjeros por haber prestado dinero a la Argentina sin medir sus consecuencias, hoy se presenta pidiendo un nuevo Plan Marshall. Nuestro país ha recibido miles de millones de dólares que han sido despilfarrado sistemáticamente a lo largo de los últimos 50 años. No es momento de pedir más, sino de gastar menos y eficientemente. Con un Nuevo Plan Marshall sólo prolongaríamos la agonía.
[1] David Landes, “La riqueza y la pobreza de las Naciones” pp. 591