N ° 12/2003
Buenos Aires, septiembre 02 de 2003.-
Uno de los programas de mayor éxito de la televisión China es un concurso. Hasta ahí no hay nada raro. Es lo que sucede en todos los países. Lo sorprendente es el tipo de competencia en que participan los jugadores: se trata de media docena de jóvenes que desean crear pequeñas empresas y le proponen al panel sus planes y sus sueños para que los jueces elijan cuál es el proyecto con mayores posibilidades de tener éxito y convertirse en una compañía triunfadora. El ganador recibe el equivalente de $13.000 dólares para que pueda iniciar su aventura.
El entusiasmo que despierta este concurso es una buena muestra de los cambios psicológicos y políticos que se observan en China. El hecho de que el gobierno produzca el programa demuestra la poca importancia que tiene el marxismo en la cúpula dirigente. Los jerarcas ya han enterrado definitivamente esa dañina superstición. El pueblo nunca creyó en ella. Y el hecho de que la sociedad se entusiasme hasta el delirio con las iniciativas privadas de un grupo de aprendices de capitalistas prueba que casi medio siglo de prédica comunista, incluidas las carnicerías periódicas del maoísmo, no pudieron erradicar el carácter emprendedor del extraordinario pueblo chino.
Los chinos admiran a los triunfadores. No los perciben como explotadores que se apoderan de la "plusvalía" de los trabajadores, sino como ciudadanos que con su inventiva y esfuerzo benefician al conjunto de la sociedad creando riquezas para beneficio de ellos y de todos, aunque los resultados generen desigualdades. Todavía sigue vigente el melancólico dictum de uno de los desengañados jerarcas del postmaoísmo: "por evitar que unos cuantos centenares de chinos anduvieran en Rolls Royce condenamos a cientos de millones a desplazarse en bicicleta".
Sería interesante explorar la respuesta popular ante un programa similar emitido en nuestros países iberoamericanos, España incluida. ¿Tendría éxito? ¿Apasionaría a nuestras gentes el espectáculo de un grupo de muchachos y muchachas ilusionados con crear empresas? Es difícil saberlo. Por una parte, son millones los latinoamericanos que se dedican a actividades comerciales informales. Tienen iniciativa y ganas de trabajar. Generalmente, deben enfrentarse a terribles barreras burocráticas para poder ganarse el pan. Hace años Hernando de Soto describió admirablemente este triste panorama en El otro sendero. Pero esa es sólo una cara del fenómeno. La verdad es que, simultáneamente, somos poco generosos con quienes logran tener éxito en actividades empresariales privadas. Y todavía queda otro ángulo aún menos auspicioso: el sueño dorado de un sector importante de nuestra sociedad es cobrar del erario público, enquistarse en el presupuesto del Estado, trabajar poco, aunque se cobre miserablemente, pero a cambio de gozar de cierta tibia estabilidad laboral, municipal y espesa, que reduzca los riesgos de vivir.
El asunto es muy grave. Si algo necesita América Latina, y, en menor medida, España, es un aluvión de empresas. Cientos, miles, decenas de miles de empresas. Sin ellas no habrá alivio a la pobreza, no se reducirá el desempleo y jamás saldremos del subdesarrollo y del atraso. Es algo absolutamente obvio: la riqueza sólo se crea en las empresas. Y para que haya empresas, además de ahorro e inversión, tiene que haber empresarios: esos "capitanes de industria", como se les llamaba en el siglo XIX cuando David Ricardo y Thomas Carlyle advirtieron que sin el fuego emprendedor de estas peculiares personas era muy difícil mejorar la calidad de vida del bicho humano.
Hace pocas fechas el ex presidente mexicano Ernesto Zedillo, buen economista graduado en Yale, lo advertía con claridad en un artículo: sin una atmósfera propicia para la creación de empresas era casi imposible que los latinoamericanos rompiéramos el círculo vicioso de la miseria. ¿Y cómo se crea o se estimula una atmósfera semejante? Hay un componente económico, otro fiscal, otro legal, y nadie discute que es muy importante la cuestión educativa, pero tal vez el ámbito cultural es el de mayor peso. Las sociedades que admiran a los hombres y mujeres de empresa abonan con esa actitud la aparición y proliferación de estos valiosos especimenes.
El problema es que entre nosotros prevalece el espíritu contrario. Pese a la vergüenza de que la mitad de la población latinoamericana se sitúa tenazmente por debajo de los límites de la pobreza porque carece de un puesto de trabajo decente, insistimos en negárselo. A estas alturas ya deberíamos haber aprendido que la prédica anticapitalista y antimercado conduce al desastre. ¿Tiene arreglo esta actitud suicida? Sin duda, si somos capaces de imitar los aciertos de los otros. Sería interesante comenzar por producir un programa como el de los chinos. A ver qué pasa.