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N ° 12/2003

Buenos Aires, septiembre 02 de 2003.-

LA DERECHA VERGONZANTE

por James Neilson, en Noticias

Mauricio Macri tiene por qué tomar su victoria en la primera vuelta del torneo porteño por una especie de "milagro". Además de tener en su contra el aparato manejado por el gobierno de lo que queda de la Reina del Plata y el Poder Ejecutivo triunfalista de Néstor Kirchner justo cuando éste se cree "a un pasito de instaurar nuestro proyecto", también le ha tocado enfrentar un clima de opinión que, a juzgar por las encuestas y la cháchara mediática, difícilmente podría serle más hostil. En efecto, como suele suceder luego de un nuevo fracaso colectivo estrepitoso, los dueños del presente se han puesto a satanizar el pasado, tratándolo como una época negra con la que por fortuna nadie, salvo algunos delincuentes notorios que pronto darán con sus huesos en la cárcel, tuvo nada que ver. Aníbal Ibarra ha basado toda su campaña en la presunta complicidad de Macri "con el pasado menemista", aquella edad oscura en la que con astucia asombrosa una banda de malevos se las ingenió para apoderarse del país para entonces celebrar en él sus asquerosas orgías privatizadoras y neoliberales, crimen que pudo concretar engañando a los giles, pero no al intendente porteño ni a Kirchner, con la "ficción" de la convertibilidad. La táctica de Ibarra de denigrar a su rival, como si ser empresario fuera un delito, más el apoyo fervoroso del hombre del momento, le ha brindado los resultados deseados: hace algunos meses, los sondeadores informaban que tendría suerte si cosechara más del 15 por ciento de los votos.

Pues bien: el que Kirchner, Ibarra, Luis Zamora, los intelectuales progres y muchos otros se hayan manifestado horrorizados por todo cuanto sucedió en los años noventa, dando a entender que prueba de manera irrefutable que el capitalismo liberal siempre significa corrupción, inequidad y miseria, puede entenderse. Detalle más, detalle menos, militan en "la izquierda". Asimismo, es de su interés negar que los menemistas pudieran haberse anotado algunos aciertos, por pequeñitos que fueran. Lo que es menos comprensible ha sido la escasa voluntad de "la derecha" – no la franja cuyos integrantes sueñan con caudillos y oyen voces desde el más allá sino la "centroderecha" cuerda que en el Primer Mundo comparte la responsabilidad de gobernar con la "centroizquierda" -, de defender con el mismo vigor su propio proyecto capitalista.

Aunque últimamente algunos se han animado a reivindicar el uno a uno y privatizaciones determinadas y a señalar que a menos que el gobierno logre seducir a muchísimos inversores tanto nativos como extranjeros el futuro del país será con toda seguridad miserable, a partir del colapso inducido del gobierno de Fernando de la Rúa los más han preferido mantener un perfil bien bajo, dejando que el escenario sea dominado por energúmenos que cantan loas a Hugo Chávez y Fidel Castro o que amenazan con salir a la calle para derrotar a sus enemigos "a los tiros".

Intimidado por la sensación térmica así creada, el propio Macri está procurando hacer creer que a pesar de ser un empresario es en verdad una buena persona, no un demonio privatizador a quien le encantaría que sus congéneres se encargaran de los bancos públicos y del PAMI, de suerte que dista de ser tan temible como sus adversarios más furibundos como Ibarra quisieran hacer pensar. Macri también ha elegido tratar de dar la impresión de ser a su modo un kirchnerista que simpatiza con "el proyecto" que el santacruceño dice estar confeccionando.

Puede que por motivos políticos al xeneize le resulte conveniente minimizar sus diferencias con Kirchner – el tiempo apura -, pero acaso sería más beneficioso para el país que los referentes de "la derecha" como él comenzaran a elaborar una alternativa al modelo retro que la autoproclamada generación de los setenta parece resuelta a "instaurar". No debería serles demasiado difícil hacerlo. En el mundo entero no se da un solo ejemplo exitoso de lo que Kirchner y sus amigos están proponiéndonos mientras que los países a los que el capitalismo liberal ha traído prosperidad se cuentan por docenas. En cuanto a la insinuación ya rutinaria de que aquí "derechista" es sinónimo de "procesista", cuando no de "nazi", es tan tendenciosa como lo sería suponer que todo "izquierdista" fantasea con ser un asesino serial y torturador al servicio de alguien como el dictador cubano.

Con todo, poco a poco "la derecha" parece estar armando un discurso conforme al que si bien dadas las circunstancias el "rumbo" emprendido por Menem y seguido por De la Rúa era el mejor disponible, el país se perdió cuando el riojano optó por "construir poder" en un esfuerzo alocado por lograr la reelección permanente. Demás está decir que los kirchneristas no quieren saber nada de esta interpretación de la historia reciente. Para que todos entiendan que el triste final fue una consecuencia inevitable de haber apostado al "liberalismo", error éste que no debería repetirse jamás, son reacios a ver dividida en etapas la década menemista: les parece imprescindible que el desenlace catastrófico que se produjo a fines de 2001 eclipse por completo los años de crecimiento rapidísimo, de renovación ubicua y, no lo olvidemos, de esperanza, que el país experimentó en la primera mitad del decenio antes de ser golpeado por el "efecto tequila". Claro, de ser tan atroz la corriente estigmatizada, Chile sería un desastre, Europa occidental se asemejaría al conurbano bonaerense y los Estados Unidos ya se habrían convertido en un baldío inmenso.

Pero Kirchner no es el primer presidente que haya decidido que la mejor forma de dar brillo a su propia imagen consistiría en cubrir de lodo aquellas de sus antecesores. También lo hizo Menem, con lo del "país en llamas" que le había legado Raúl Alfonsín y éste, con más razón, quiso romper por completo con el régimen militar que, por su parte, trató con brutalidad aún mayor lo hecho por los peronistas que...

Sea como fuere, no es sorprendente que después de tantas rupturas, giros de 180 grados, nuevos amaneceres, "proyectos" totalmente distintos, etcétera, la Argentina se las ha arreglado para arruinarse. Construir una economía moderna requiere la misma continuidad que conocieron los hombres que erigieron las grandes catedrales de la Europa medieval, obras que serían terminadas por los nietos o bisnietos de los trabajadores que colocaron las piedras iniciales. Lo lógico, pues, sería que los resueltos a mejorar las condiciones actuales y las perspectivas de los argentinos intentaran rescatar lo más posible de lo hecho por los gobiernos anteriores, por odiosos y corruptos que fueran, pero sucede que el mito del borrón y cuenta nueva, del proyecto integrador que esta vez sí será definitivo, suele ser políticamente tan provechoso que muchos, entre ellos Kirchner, lo encuentran irresistible.

La actitud avasalladora de presidentes como Alfonsín, Menem y ahora Kirchner, se ha visto facilitada por la virtual ausencia de partidos políticos aglutinados por ideologías más o menos coherentes como es habitual en Europa occidental. Cuando llega un nuevo jefe que se caracteriza por su voluntad, algunos políticos tratan de incorporarse a sus filas y los demás se dispersan, muchos con la ilusión de que en cuanto tropiece les será dado protagonizar el próximo ismo personal triunfante, costumbre ésta que afecta no sólo a la izquierda sino también a la derecha. En un país políticamente menos fisíparo que la Argentina, Macri contaría con el respaldo entusiasta, formal y orgánico de Ricardo López Murphy y Patricia Bullrich, pero puesto que ellos mismos quieren cumplir el papel de la gran esperanza blanca del capitalismo moderno en estas latitudes, ambos han optado por subrayar lo que a su juicio los diferencia del intruso.

Si bien en política, un oficio apto para megalómanos, es natural que la envidia pueda más que el deseo de ver imponerse el ideario propio, la incapacidad de los comprometidos con el mismo rumbo para unir fuerzas sólo sirve para dar ventajas a sus adversarios. Lo que es peor, las reyertas internas tanto de "la derecha" como de "la izquierda" privan a la Argentina de la posibilidad de disfrutar de los beneficios innegables que le supondría contar con dos "proyectos" bien elaborados y plenamente compatibles que a través de los años puedan alternar en el poder. Antes bien, se ve condenada a seguir siendo bombardeada por una variedad al parecer infinita de "modelos" que serán improvisados de la noche a la mañana por presidentes nuevos que, después de ser consagrados por el electorado, se dan cuenta de que triunfar en las urnas es una cosa pero gobernar con cierta eficacia en un país sin ningún partido auténtico es otra muy distinta.

 

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