N ° 11/2003
Buenos Aires, agosto 15 de 2003.-
La decisión de la Cámara de Diputados por la cual se dispone la anulación de las leyes de punto final y obediencia debida, sancionadas hace más de dieciséis años, marca un lamentable retroceso en el orden de los valores institucionales y exhibe a la Argentina ante el mundo como un país que no respeta los mínimos recaudos del Estado de Derecho.
La anulación de una ley por el mismo órgano que la dictó consagra un absurdo en materia constitucional y asesta un golpe feroz a la seguridad jurídica. En el caso de que la arbitraria iniciativa de la Cámara baja encontrase apoyo en el Senado, ya nadie estaría seguro de nada en la Argentina: desaparecería toda certeza legal y ningún derecho adquirido en virtud de leyes sancionadas en el pasado estaría protegido.
El Poder Legislativo puede modificar o derogar las leyes que están vigentes en el país, pero de ninguna manera puede ordenar que una norma legal que fue dictada hace más de tres lustros con todos los recaudos que establece la Constitución y que produjo en el tiempo determinados efectos sea anulada, es decir, sea borrada de la memoria colectiva como si nunca hubiera sido sancionada.
En la práctica, la pretensión de que se borren los efectos de dos leyes de amnistía -como fueron, más allá de su rebuscada denominación, las de punto final y obediencia debida- no tiene la más mínima posibilidad de prosperar, pues está en absoluta contradicción con principios consagrados por convenciones internacionales a las que el país ha adherido y que tienen rango constitucional, como el que determina la irretroactividad de las leyes penales cuando su aplicación resultase desfavorable para el eventual reo o imputado. Ese principio está consagrado en el Pacto de San José de Costa Rica y forma parte del sistema de garantías que protege a las personas procesadas o acusadas de haber cometidos delitos. Los diputados han olvidado que en materia penal rige el principio de la "ley más benigna", por el cual una ley posterior no puede agravar la situación del autor de un delito.
Por lo demás, hemos dicho ya en editoriales anteriores que los poderes políticos del Estado no deben adoptar decisiones que reabran los enfrentamientos del pasado. Los trágicos hechos de violencia que el país padeció en las décadas del 60 y el 70 son parte de un oscuro período que es necesario cerrar definitivamente, lo que no significa dejar de recordarlos: al contrario, es imprescindible mantenerlos vivos en la memoria colectiva para evitar su repetición. Es indispensable que los argentinos, sin negar los capítulos aciagos y dolorosos de nuestra historia reciente, procuremos avanzar por los caminos de la reconciliación y la plena recomposición de la paz social. No se debe permitir que se reabran las heridas del pasado ni que resuciten los odios que ensangrentaron en otro tiempo la vida argentina.
Es de esperar que el Senado rechace frontalmente la propuesta de anular las leyes de punto final y obediencia debida. La Cámara alta debe darle al país, cuanto antes, esa prueba de madurez y responsabilidad legislativa
"LA ARGENTINA DEBE DEJAR SU PASADO ATRÁS"
por Robert A. Potash para La Nación, 15 de julio de 2003
Robert A. Potash, el gran historiador norteamericano de la política militar en la Argentina, escribe a continuación para nuestro diario su opinión sobre el descabezamiento ocurrido en la conducción del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea. Potash es historiador y profesor emérito de la Universidad de Massachusetts, de la que es docente desde 1950. La obra con la cual obtuvo la consideración académica internacional son los tres volúmenes de "El Ejército y la política en la Argentina":
AMHERST, Massachusetts.- La Argentina parece no poder escapar nunca de su pasado.
En un momento en que las energías del país deberían centralizarse en responder a la necesidad de una reforma política, de restaurar sus estructuras de crédito, de reducir el desempleo, el hambre y la pobreza, mejorar la calidad de sus escuelas y un montón de otros problemas que darían la confianza pública en un futuro mejor, los temas relacionados con el Ejército acaparan la atención del Gobierno y del pueblo.
Esta vez no fueron las Fuerzas Armadas las que llevaron el tema adelante, sino el mismo presidente Kirchner. Primero por su sorpresiva purga de la cúpula militar, y luego, por su anuncio, en la comida anual de camaradería, que aquellos militares que hayan cometido crímenes durante el Proceso no deberían quedar sin ser castigados.
La decisión del Presidente de nombrar como jefe del Ejército al general de brigada Roberto Bendini, hombre que llegó a conocer en su condición de comandante de brigada en la provincia de Santa Cruz, terminó con el forzado retiro de 20 generales del más alto rango.
En un principio el número era 27, lo que hubiera dejado al arma con sólo 18 generales, pero Bendini negoció con el Presidente y logró retener a siete generales, todos de su misma promoción del Colegio Militar de la Nación. Si bien el Presidente tiene el derecho de elegir a sus jefes de equipo, la pérdida de tantos oficiales experimentados no puede dejar de tener efecto dentro de la institución militar.
Después de todo, cada uno de los veinte generales (y sus equivalentes en la Armada y en la Fuerza Aérea que fueron obligados a retirarse por razones similares) representaban una considerable inversión del país en su preparación y en los ascensos.
Ellos habían llegado a sus posiciones de acuerdo con las leyes y regulaciones vigentes, y cada uno tuvo que lograr la aprobación, al menos en dos ocasiones diferentes, de un Senado nacional que utilizó como filtro el tema de los derechos humanos.
La forma arbitraria en que se dio fin a sus carreras, sospecho, podría tener un impacto negativo en los jóvenes que piensan seguir la carrera militar.
El Presidente justificó su llamado a castigar a algunos militares por consideración a la memoria y como una manera de contribuir a la verdad y así promover la reconciliación entre los argentinos. ¿Pero la memoria y la verdad de quién?
Si consideramos que los obstáculos legales para esos juicios se salvaran, dado su carácter confrontativo, ¿es posible que generen más disputas entre las partes, del tipo de las que ya hemos oído?
¿Aprenderían los historiadores algo nuevo?
¿O el principal objetivo es satisfacer a la organización defensora de los derechos humanos que comprensiblemente ha estado demandando acciones durante veinte años?
Pero sentenciar ahora a militares o a personal de seguridad, ya sea por una corte argentina o extranjera, por crímenes contra los derechos humanos de hace un cuarto de siglo, ¿crearía un encuentro de las mentes y de los corazones?
¿Sentirían lo mismo los familiares de aquellos que fueron víctimas de la violencia de la guerrilla?
¿Abrir viejas heridas es la mejor manera de resolver los principales problemas que enfrenta la Argentina de hoy?
Quizás haya llegado el momento para la Argentina de seguir los pasos de otros países que experimentaron una costosa violencia política o hasta guerras civiles y lograron dejar el pasado atrás.
"También soy responsable del 11"
El Mercurio
Santiago de Chile
3 de Agosto de 2003
"El golpe lo dimos todos los chilenos. Nosotros. Los sectores políticos", afirma el ex diputado comunista. Y agrega: "Yo hacía discursos incendiarios. Yo levantaba a la gente... Alentaba la lucha de clases, el término de una clase por otra..., con vino tinto y empanadas como decíamos para darle una peculiaridad distinta... En la UP se postulaba el socialismo, donde no iba a haber sino una educación, una televisión, un diario, una filosofía, un partido único, todo lo que ocurría en el socialismo real..."
RAQUEL CORREA
¿Es bueno recordar tanto el 11? ¿O es mejor olvidar?
- Es bueno. Además, no hay decreto posible que obligue a olvidar. Yo creo que hay que recordar, tener muy vivo todo lo que ocurrió.
Este hombre de más de 70 años, le han ocurrido tantas cosas, que vale la pena escucharlo. Es el mismo Guastavino que figuró en las listas de los más buscados, el que se refugió en una embajada, el que vivió 10 años en el exilio como activista contra el gobierno militar, el que entró varias veces al país disfrazado de cuanta cosa imaginable. De carbonero, de argentino, de gordito de pelo negro. El mismo que en el pasado predicó el comunismo, apasionadamente, con dictadura del proletariado y lucha armada.
- Y ahora, disfrazado de Intendente...
- No - replica, rotundo y ágil, con su voz microfónica de profesor de castellano. Si bien parece algo dolido, lo disimula bien, encaramado en el piso 19 de la Intendencia, con el océano y los buques frente a sus ojos, con los cerros porteños al alcance de sus manos. Difícil encontrar en todo el mundo un escenario más hermoso que éste para ocultar la pobreza. No estoy disfrazado. Éste es Guastavino, a cargo de algo grande. Un anfibio que volvió al mar. Me siento realizado, cumpliendo mis sueños. Vinculando a los más desposeídos con el mundo empresarial. Pero - advierte- lo que hay que recordar más es lo que causó el golpe. Porque lo que ocurrió después obnubila el análisis severo y riguroso de los políticos.
- ¿Qué impera en usted? ¿La razón o la emoción?
- La recta combinación de ambas. A nadie se le puede pedir que olvide.
- ¿No quiere olvidar?
- No quiero olvidar porque no necesito olvidar para poder ser una persona que contribuye a la reintegración de este país. Mi convicción profunda es que Chile ha sido un país desintegrado y el deber patriótico, democrático, es trabajar por su reintegración. Un deber de todos, especialmente de los hombres públicos de uno y otro sector. Es una convocatoria a la grandeza.
- ¿Qué responsabilidad está dispuesto a reconocer en el golpe del 73?
- El 11 de septiembre es una fecha precisa donde ocurrió lo que ocurrió. No se puede resolver un correcto análisis de eso si no se piensa en el 10 de septiembre, en el 9 de septiembre, en el 6 de agosto, en el 6 de julio. Si se mide todo desde el 11 de septiembre del 73 se imposibilita el análisis responsable de quién dio, verdaderamente, el golpe.
- ¿Y quién lo dio?
- Los chilenos. Nosotros. Los sectores políticos. La irresponsabilidad con que llegamos a lo que se llegó.
Y se pone a hablar, como en una catarsis:
- El gran problema fue propio del siglo XX. Una dicotomía en la cual la sociedad dejó de ser sociedad y se transformó en barricada. Allá los buenos, acá los malos, los progresistas, los reaccionarios, los derechistas, los izquierdistas. Una dicotomía que va contra la inteligencia. Y en eso caímos muchos. Yo caí ¡40 años de mi vida!
- ¿Cómo se lo explica?
- Porque la utopía era deslumbrante. Enceguecía. Científicos, intelectuales, gente sumamente preparada en todo el mundo cayó seducida por esa utopía preciosa. Los desarrapados, los miserables van a cambiar de vida. Sentirse uno protagonista de la posibilidad de que llegara una primavera humana distinta, justa, superior, eso obnubiló y produjo lo que produjo, no sólo en Chile. Pero esa teoría fracasó estrepitosamente.
Y no por hermosísima puede dejarme contento no pensar en cómo fue posible que yo proclamara el término de un sector socioeconómico como el del mundo empresarial. No concibo ahora que eso me haya ocurrido. La lucha de clases, el término de una clase por otra. Y lo que se postulaba, aunque fuera con vino tinto y empanadas, como decíamos para darle una peculiaridad distinta... En la UP se postulaba honestamente el socialismo donde no iba a haber sino una educación, una televisión, un diario, una filosofía, partido único, todo lo que ocurría en el socialismo real... La Unión Soviética cayó sin que llegara un solo tanque. 60 millones de comunistas - cuatro veces la población de Chile- y Gorbachov abrió un poco las ventanas y el ventarrón de la li-ber-tad, que nunca fue resuelto por el socialismo, entró a raudales.
- Ustedes decían que era la libertad para morirse de hambre...
- ¡Exactamente! Porque todo esto va lleno de discursos muy elaborados. La responsabilidad que yo siento ahora es enorme. Chile está cargado de responsabilidades pero yo respondo de las mías.
- ¿Cuál es su responsabilidad?
- Yo instigué. Yo hacía discursos incendiarios con esa utopía. Yo levantaba a la gente. Organizaba juntas de vecinos, sindicatos, poblaciones, estudiantes para la consecución de ese logro que, honestamente, creía esplendente para el ser humano. Es una responsabilidad tremenda, no delictual.
- Pero se pasó de las palabras a las armas...
- Bastaba el discurso. Aquí se polarizó la sociedad a través del discurso, del planteamiento ideológico.
- ¿Se olvida del MIR, del Frente Patriótico...?
-No me olvido. El Partido Comunista jugó un papel de tremenda responsabilidad dentro de ese cuadro. Llegamos a un punto sin retorno.
- ¿Ustedes también tienen las manos manchadas de sangre?
-Es una manera de decirlo. Yo no tengo nada que ver con algún acto de sangre. Pero murió mucha gente y tenemos una responsabilidad que no sólo cae sobre los que se hicieron cargo del país. La política que nosotros llevamos en los tiempos finales, esta ideología que yo sustentaba, iba inevitablemente a un choque que tenía que producir efectos tremendos.
- Yo me siento profundamente responsable del golpe. Y espero que mi reflexión contribuya a juntar a la sociedad hoy día, dentro de un respeto que en esa época no existió. Ahora, ¿qué pasó del 11 de septiembre para adelante? ¡Eso es otra cosa! Lo que quiero decir es por qué llegamos adonde llegamos.
-Por la aplicación de nuestra ideología. Las tomas que se producían, el respaldo irrestricto a movimientos de obreros y campesinos espontáneos o prohijados por nosotros. Yo hacía discursos que levantaban a la gente contra el sistema establecido. Chile es el país que tuvo el movimiento social más grande que yo conozca. El movimiento estudiantil desde el año 20 hacia adelante; de pobladores, de obreros agrícolas, enormes juntas de vecinos, el movimiento sindical desde Recabarren. Un movimiento social ¡impresionante! que respondía a una potencia ideológica y política en que la izquierda era muy fuerte. Comunistas y socialistas éramos un tercio en el país.
La inmensa mayoría, desde la izquierda hasta la Democracia Cristiana, pugnaba por un cambio social. Desde el cristianismo, la socialdemocracia o el marxismo leninismo. Una mayoría impresionante. El sindicato chileno nació para cambiar la sociedad chilena. Esa esperanza, ese sueño hace participar a la gente. Y, finalmente, ocurrió lo que ocurrió.
-¿Es menos atractivo convocar a construir la democracia que a construir la dictadura del proletariado?
-Construir la dictadura del proletariado hoy día no convocaría a ¡nadie! Pero no convocábamos a construir la dictadura del proletariado sino el socialismo y sabíamos que hacia allá teníamos que ir. Habíamos vivido la dictadura de la burguesía - según el lenguaje de aquella época- y teníamos que llegar a ser todos uno solo, pasando por un período de dictadura del proletariado. No pensamos qué consecuencias tendría eso... Pero la idea del socialismo - que todos fuéramos convivientes de una sociedad igualitaria, solidaria- era muy, muy atractiva. Todavía hay gente que tiene la resonancia romántico-social de esa cosa maravillosa.
- ¿Atribuye toda la responsabilidad a la extrema izquierda?
-No. También hay una responsabilidad indudable del sector medio de la Democracia Cristiana. Nadie del campo civil puede hacerse a un lado. Había odio. Y el odio es enemigo de la inteligencia. La inteligencia es un valor y no puede aplicarse a cosas negativas y negras.
- Yo - continúa- era un comunista convencido, muy integral. Abnegado, entregado. Para mí era una misión. Fui de la Asociación Cristiana de Jóvenes, estudié en colegio de sacerdotes. De comunismo no sabía nada pero el tema de los pobres y de los ricos me tenía obsesionado. Las diferencias sociales tan brutales me conturbaban.
Y recuerda, como si estuviera pasando ahora, delante de sus ojos, lo que vio un día del año 49 mientras esperaba el tren en la estación de La Serena.
"Un tren de La Calera al norte repleto de hombres modestísimos. Pregunté quiénes eran esos hombres que cantaban la Canción Nacional con el puño en alto y me dijeron 'son comunistas'. Eran presos políticos que llevaban al campo de concentración de Pisagua... Eso no lo podré olvidar en el resto de mi vida".
Pero después de 40 años de comunista ferviente, ese mundo se le hizo pedazos, como lo consigna en su obra "El derrumbe de las catedrales". Recuerda:
- Había justificado los tanques soviéticos invadiendo Praga el 68. Había surgido el eurocomunismo, pero yo era contrario a eso porque los comunistas chilenos éramos de un dogmatismo... En Italia me tocó Afganistán. ¡Tremendo! Diez años tropas extranjeras para defender la revolución... Me tocó Walessa. Y eso me golpeó muchísimo: los mil años de catolicismo de Polonia y, sin embargo, llega el socialismo y las iglesias se cierran y la gente no tiene derecho a ir a rezar. Todo eso me iba llegando, y sentía que algo no andaba.
- Curiosamente fue la política del Partido Comunista de Chile y en Chile, con el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, y la negativa en la práctica para inscribirse en los registros electorales, lo que terminó por abrirme los ojos. No fue el cúmulo de problemas ideológicos lo que estalló en mi interior sino el preguntarme por qué no estamos con los demás en la lucha contra la dictadura, por la libertad y la democracia. Se creaba el tremendo movimiento del comité por las elecciones libres con mi amigo Sergio Molina, Aylwin, Jaime Castillo. Y nosotros, en otra.
- ¿En la lucha armada?
- Claro, pero -reflexiona- ¿qué impide que reconozcamos eso? El que desde el 11 en adelante ocurrieron las atrocidades con lo cual se levanta el gran pretexto para no reconocer las responsabilidades reales que tenemos nosotros en este cuadro. Esos tres años de discusión, de vuelta en Chile, me llevaron a leer de nuevo a Marx y Engels. La dictadura del proletariado. Y vi que no era Stalin el culpable sino ¡Engels y Marx! Porque la teoría viene así. Es cuestión de leerlos para darse cuenta.
- ¿Era inevitable el golpe militar?
-Era inevitable la interrupción de ese proceso. Esa realidad no podía continuar. La forma en que se interrumpe y cómo se sigue de ahí en adelante es lo que impide un análisis sereno. Una gran interrupción sin necesidad de todo lo que vino después.
-Lo justifican porque hubo "guerra irregular".
-Una resistencia mínima. A las siete de la tarde de ese día ya estaba todo clarito. Hubo guerra por parte de un sector: las FF.AA. que tenían la idea errada de que por la UP venía una reacción violenta.
-¿Qué solución espera para el problema de los derechos humanos?
-La solución ya está dándose. Están los procesos. Creo que no hay fórmula mejor que lo que está ocurriendo en Chile . Debemos tener la grandeza de sanear esta sociedad. No puede haber una ley que ponga fin a esto, hay asuntos que tienen que resolverse en los Tribunales de Justicia. Longueira ha traído de vuelta esto, pero no es posible que se ponga de acuerdo la superestructura cuando la estructura tiene sentimientos. Debemos trabajar para que esto nunca más ocurra, sobre la base de mantener vivo el recuerdo horrendo de que eso pasó algún día.
-¿Qué le resultaría insoportable?
-El "borrón y cuenta nueva". Es inviable. Nada de punto final, sino una gran convocatoria a los chilenos. La sociedad chilena viene caminando muy bien en esto. Aquí hay reparaciones, hay procesos. Sólo hay que agotar los medios para encontrar los restos de los desaparecidos.
-¿Y qué castigo debieran recibir los que instigaron la revolución?
-¡Ufff! Todo lo que hemos sufrido, ¿le parece poco? Además, la palabra castigo no cabe en la lucha política que es una secuencia histórica.
-Pero, ¿cuando la lucha política desemboca en la lucha armada?
-La gente de izquierda que cometió atrocidades, crímenes, también merece castigo.
Luis Guastavino Córdova, Profesor de Castellano U. de Chile con postgrados en Europa y EE.UU., 71 años. Estudios: Colegios David Trumbull y Salesiano. Miembro del partido Socialista de Chile, Diputado por Valparaíso por tres períodos. Exilio en Italia. Asesorías en ONU, Ginebra y Nueva York. Hoy: Intendente de Valparaíso (Desde 9/IV/2003).
N. del autor: sería bueno que muchos argentinos tuvieran esta grandeza frente a nuestra historia, que supieran aceptar que el 24 de marzo de 1976 y el gobierno militar que surgió ese día no fueron algo enloquecido sino la consecuencia de la sinrazón de muchos otros antes, de la violencia de algunos y de sus errores, de las prédicas equivocadamente violentas de periodistas, profesores, sacerdotes y políticos.
PARA RECORDAR
"la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final será declarada inconstitucional hasta por el tribunal de disciplina de la AFA" senador Jorge Yoma
La posteridad no sabrá cuanto ha costado a mi generación preservar la libertad que tiene, espero que haga buen uso de ella. John Quince Adams (presidente de los EE.UU.)
Dios que nos dio la vida al mismo tiempo nos dio la libertad, por la fuerza pueden destruirlas pero no separarlas. Thomas Jefferson.
NUMERITOS
400 operaciones terroristas realizaron los Montoneros en 1976 (fuente Evita Montonera, revista oficial de la organización terrorista, en su número 15, página 7, año 1978)
más de 300 empresarios, sindicalistas y miembros de policías y Fuerzas Armadas asesinaron los Montoneros en 1976. (fuente Evita Montonera, revista oficial de la organización terrorista, en su número 15, página 7, año 1978)
660 operaciones terroristas realizaron los Montoneros en 1977. (fuente Evita Montonera, revista oficial de la organización terrorista, en su número 15, página 7, año 1978)
780 kg de explosivo C2 (alto poder explosivo) fabricaron los Montoneros entre 1976 y 1978. (fuente Evita Montonera, revista oficial de la organización terrorista, en su número 15, página 7, año 1978)
1.500 kg de explosivos de poder medio fabricaron los Montoneros entre 1976 y 1978. (fuente Evita Montonera, revista oficial de la organización terrorista, en su número 15, página 7, año 1978)
Valor de marcas más valiosas de compañías.
U$ 70.453 millones Coca Cola
U$ 65.174 millones Microsoft.
U$ 51.767 millones IBM
U$ 31.112 millones Intel
U$ 29.440 millones Nokia
U$ 28.036 millones Disney.
U$ 24.699 millones Mc. Donalds
U$ 22.183 millones Marlboro