N ° 5/2003
Buenos Aires, abril 25 de 2003.-
El gobierno del Dr. Duhalde exhibe como su principal logro el fin de la recesión y la reactivación, apoyado en los datos del INDEC que señalan que estamos ante el cuarto trimestre consecutivo de crecimiento del nivel de actividad.
El propósito de estas reflexiones es señalar que, contrariamente a la concepción imperante en el gobierno, el mayor nivel de producción doméstica se encuentra motiva en gran medida por la devastación experimentada por el valor del peso y su efecto en la compra de bienes importados. Esta visión, se basa en los siguientes argumentos:
1. La salida de la convertibilidad y la devaluación se destruyeron el poder de compra de los argentinos, especialmente con referencia a los bienes transables tanto nacionales como importados. La contenida tasa de inflación del año 2002 superior al 40% -ya que no contempla aumento de precios de servicios públicos- es un primer indicador de la caída del salario real, dejando atrás más de un lustro de inflación inferior al 2%.
2. Las importaciones cayeron a la mitad, comparando el año 2002 con el 2001, como consecuencia de la señalada caída del poder adquisitivo del peso. Mientras tanto, las exportaciones no experimentaron crecimiento aunque sí lo hicieron los ingresos del gobierno a través del régimen de retenciones, que hoy representan cerca de un 20% de los recursos tributarios.
3. El productor local volvió a ser soberano y el consumidor cautivo de la industria nacional, como consecuencia de la dramática caída de la participación de los productos extranjeros en el menú de opciones del ciudadano con ingresos en pesos. En consecuencia, el market share de los productos importados sobre la oferta total de bienes pasó a ser mínimo, lo cual se evidencia con sólo recorrer las góndolas de los supermercados. Si consideramos que en un escenario de 1 peso 1 dólar la economía argentina no era de las más abiertas del mundo, podemos decir que tras la devaluación se puso un nuevo e infranqueable cerrojo a una economía ya cerrada.
4. Mayores precios y menor calidad. Sin el techo impuesto por la competencia internacional, sumado al efecto de la emisión monetaria, los precios volvieron a crecer. La caída de la calidad de los productos encuentra sus causas por un lado, en los menores incentivos competitivos, y por el otro en el incremento del valor de insumos con precios internacionales como el plástico, etc.
5. En un primer momento, los procesos de sustitución de importaciones generan un aumento de la producción local, lo cual no es necesariamente positivo más bien lo contrario ya que se produce un “desvío de comercio” que reemplaza al productor extranjero eficiente por uno local menos eficiente. En consecuencia, la “reactivación” es un espejismo motivado por la devaluación que actúa como un subsidio, una ventaja extra-mercado a los productos nacionales por sobre los extranjeros.
El proceso de sustitución de importaciones actúa “a fuego lento” sobre la economía, haciéndola menos competitiva, más retrasada tecnológicamente, y sobre todo regida por incentivos perversos. Alienta la formación de una economía “adiposa” y genera sectores ineficientes que intentarán defender a rajatabla su situación de privilegio ante eventuales desmantelamientos futuros. En tal contexto de una economía esclerótica el crecimiento económico es imposible.
Dadas estas reglas de juego, es de esperar que de aquí a una década la maquinaria industrial, la tecnología aplicada por las empresas protegidas e inclusive las computadoras de nuestros hijos sean las mismas que existen en la actualidad. La devaluación y todos sus subproductos han hecho que Argentina se baje del tren de un mundo dinámico y globalizado.
Las cifras del INDEC que son tomadas como alentadoras no hacen más que confirmar que el país se halla inmerso de lleno en un proceso de sustitución de importaciones. Así como se festejó el default en el pago de la deuda pública de Argentina, hoy se celebra el ingreso sin retorno a la vista al mundo de la autarquía. De forma imperceptible, ante la algarabía de los beneficiados y el silencio de inocentes consumidores.
(*) Los autores son directores de la Fundación Atlas.