N ° 4/2003
Buenos Aires, abril 15 de 2003.-
El abandono de la convertibilidad que se inició a mediados de 2001 fue observado por algunos como el final de un largo período de estabilidad de precios y de un crecimiento significativo. Para otros fue el principio del nuevo «modelo productivo», estando éste asociado con la existencia de un «dólar alto» en oposición al «dólar bajo» que prevaleció durante la década del '90.
Quizá valga la pena recordar que la última vez que la Argentina experimentó un «dólar alto» fue durante el colapso económico y social de 1989. Además de un dólar alto, el elemento que comparten las experiencias de 1989 y 2002 no parece haber sido precisamente el crecimiento sino más bien la fuga de capitales alentada por el pánico en los mercados. En otras palabras: la enfermedad son las medidas que llevan al pánico en los mercados y el «dólar alto» es simplemente la fiebre.
El tipo real de cambio es el precio relativo de los bienes comerciados internacionalmente (industria y agro) respecto de los servicios. Por lo tanto, un dólar alto es equivalente a servicios baratos. Como el sector servicios es intensivo en el uso de mano de obra, se da el caso de que servicios baratos impliquen baja demanda de trabajo y por ende salarios bajos.
La relación inversa entre tipo real de cambio y salarios reales ha sido ampliamente confirmada por estudios econométricos. En 1981, en un estudio realizado en el CEMA obtuve que por cada 10% de suba del tipo real de cambio disminuye 4,1% el salario real. Es obvio que la caída del salario real y la mejora de su precio relativo hacen muy feliz al sector industrial que compite con la importación y también al sector agropecuario. Salario bajo y precio alto es el paraíso para algunos productores. Y también es el infierno para los asalariados: no es casualidad que los dos picos históricos de la serie de pobreza (48% y 54%) correspondieron a 1989 y 2002 cuando se registraron los dos picos históricos del dólar alto.
El dólar alto implica servicios baratos y vale la pena reconocer que nuestras cuentas nacionales indican que el sector servicios (incluyendo construcción y servicios públicos) contribuye al 77%% de la producción de la Argentina. Agricultura más industria sólo representan 23% del PBI. Resulta irónico denominar como «productivo» a un modelo que mejora el precio relativo de sólo un cuarto de las actividades productivas en desmedro del 3/4 restante. Y que además está asociado con bajos salarios y alta pobreza.
• Variable endógena
El modelo productivo se desmerece aun más cuando reconocemos que el dólar alto no es un instrumento de política económica sino el resultado de acciones de gobierno que sí podrían definir una política económica. En términos que usamos los economistas, el tipo real de cambio es una variable endógena determinada por el mercado y las políticas del gobierno. Prácticamente no hay estudio econométrico que no indique que el valor real del dólar depende de los flujos de capitales. A la vez, los flujos de capitales dependen fundamentalmente de la confianza de que los ahorristas e inversores puedan recuperar su dinero. A falta de confianza hay salida de capitales y dólar alto. Eso es lo que ocurrió en 1989 y 2002. Cuando se generan condiciones para que se recupere la confianza, vuelven las inversiones y entran capitales: el dólar baja y suben los salarios. Y cae la pobreza.
Un verdadero modelo productivo es aquel que sienta condiciones para que el país (todo) crezca, suban los salarios y baje la pobreza. Estas condiciones van mucho más allá de instruir al BCRA que compre dólares emitiendo pesos para que el dólar sea caro. Una cosa es crecer de manera sostenida y otra es redistribuir a favor de un sector a costa de los demás.
Es fácil para los políticos confundir crecimiento con redistribución ya que ellos reciben la información a través del accionar de los lobbies. Es sabido que la industria y el agro tienen muy bien organizada la defensa corporativa de sus sectores y saben cómo hacer llegar al gobierno sus demandas. Lamentablemente no puede decirse lo mismo del sector servicios o los trabajadores. Buena parte de la dirigencia sindical está claramente asociada con los empleadores (capital) en desmedro de sus afiliados (trabajo). La enorme diversidad de las empresas del sector servicios les impide ver sus intereses comunes. Los servicios son bienes no comerciados internacionalmente e intensivos en trabajo: propiedades que comparten sectores aparentemente tan disímiles como el personal doméstico, la educación, los bancos, los restoranes y la construcción.
La devaluación de 2002 puso muy contentos a muchos empresarios a los que se les licuaron sus deudas (a expensas de los depositantes) y se les mejoró el precio relativo de su producto (a expensas de los consumidores). También puso contento al campo, aunque no mucho ya que el derrumbe de los salarios requirió la imposición de retenciones para subsidiar a los nuevos pobres del dólar alto.
El dólar alto que tenemos no es el resultado de un modelo productivo sino de las violaciones sin precedentes a los derechos de propiedad que se sucedieron a partir de mediados de 2001. Al ver atacados sus derechos básicos, la población entró en pánico y trató de poner sus ahorros en los colchones y dejó de consumir para poder ahorrar frente a la posibilidad cierta de perder su empleo. Cayó el consumo, se desmonetizó el sistema financiero y los que pudieron mandaron sus ahorros al exterior donde todavía se respeta la propiedad. Todo esto generó las condiciones para que el dólar subiera de precio.
En aras de perdonarles las deudas a algunos empresarios ricos dueños de empresas fundidas se ha destruido el tejido social argentino. Es cierto que surgieron nuevas oportunidades con el modelo productivo: caceroleros bancarios, coleros cambiarios, piqueteros demandantes, limpiavidrios, cartoneros y secuestradores. Lo peor de todo es que los que instrumentaron esta tragedia se autoproclaman como progresistas y defensores de los trabajadores.
La tarea del próximo gobierno es clarísima y no pasa por subir o bajar el dólar. Pasa por generar condiciones para que se restablezca la confianza y vuelva la inversión y con ella el empleo productivo y bien remunerado. Desde 2001 se trató de sustituir la economía capitalista de mercado por un híbrido de solidaridad compulsiva sostenido por las violaciones a los derechos de propiedad. Es hora de reconocer que el camino tomado fue erróneo y de volver a las reglas básicas de la economía capitalista de mercado, restableciendo los derechos de propiedad y fomentando la competencia y la iniciativa individual.