N ° 4/2003
Buenos Aires, abril 15 de 2003.-
“Reaching consensus in a group is often confused with finding the right answer”. Norman Mailer
Mohammed Aldouri cumplía hasta hace dos días la misión de sostener los objetivos diplomáticos de la dictadura de Saddam Hussein en las Naciones Unidas. Hoy, algo desorientado ante el colapso del régimen criminal al que representaba, dice que ya no responde a ese gobierno sino a Irak como país.
Sus colegas expresaron respeto por él y parecen dispuestos a brindarle asistencia y acompañarlo ante la visible posibilidad de que pierda su empleo. El propio embajador británico ante la ONU lo describió como una buena persona.
Representar a un gobierno respetuoso de las libertades individuales es, de hecho en el mundo diplomático, una tarea tan respetable como la de defender a un déspota. Sin embargo para muchos, tal vez la mayoría, los organismos internacionales son expresión de la legalidad universal y los diplomáticos en general, un signo de civilización.
El mundo civilizado tiene la oportunidad de aprender una lección valiosísima de este pasado 9 de abril en el que las tropas de la coalición que lidera Estados Unidos se hicieron del control de la capital Iraquí, y derribar, más que estatuas, arraigados y falsos paradigmas
Las imágenes transmitidas a todo el mundo mostraban como se tiraba abajo la estatua principal de Saddam Hussein y a los iraquíes – supuestos invadidos – mientras festejaban, golpeaban la imagen del ahora ex dictador con sus zapatos como signo de desprecio, y arrastraban su cabeza por las calles de Bagdad. Pronto, cuando la población se convenció del destino inexorable del dictador, la escena se multiplicó.
La pregunta que surge clara de estos hechos contrastantes y del modo en que la información y las pasiones se desenvolvieron en los meses previos es: ¿cómo eran consideradas esas personas que ahora se sentían liberadas dentro del tablero del poder mundial que discutía la “legalidad” de esta guerra? El pueblo iraquí no ha tenido paz en los últimos 24 años. ¿Qué significaba para ellos la paz que la “vieja Europa”, la burocracia internacional y los medios de comunicación decían querer preservar, dejando subsistente al régimen que ostentaba el poder en Irak? Un poder ejercido contra ellos y no para ellos.
Donald Rumsfeld comparó el suceso con la caída del muro de Berlín. La comparación es buena, pero no tanto porque ambos acontecimientos produjeran el derribamiento de estatuas, sino porque la actitud del “mundo libre” (o casi) y del mundillo de la diplomacia y los organismos internacionales con el comunismo no fue muy distinta de la que tuvo en su mayoría con Saddam o con cualquier otro dictador peligroso. Los cócteles incluían a representantes soviéticos junto a los norteamericanos, los partidos de al golf eran para todos, así como los viajes en primera y otros privilegios a costa de sus contribuyentes. En ese mundo aparte, lejano del control y la mirada de los individuos que producen riqueza para sostenerlo se suscribían tratados de derechos humanos que los representantes de los déspotas suscribían con tanto entusiasmo cómo los de los países civilizados. Después de todo el mayor beneficio, el de la convalidación, lo recibían nada más que los más acérrimos enemigos de la libertad. Los otros países no tenían nada que ganar, ya eran libres, pero los países totalitarios aparecían como dispuestos a respetar a sus ciudadanos mientras los mantenían en la oscurantismo.
Como la diplomacia es política, poder puro y no legalidad como pretenden los ingenuos y los pillos, esos tratados se aplicaban en general sólo a países chicos que se resistían a caer bajo el ejido del terror como fue la Argentina, mientras el marxismo producía muertos con una velocidad y eficiencia que jamás pudo alcanzar para algo productivo, como parte de una maquinaria maléfica de totalitarismo. Los cócteles no cesaron nunca.
Los medios de comunicación en su mayoría, que según todos los analistas políticos modernos constituyen un modo de expresión y control popular, tienen mucho más contacto con el poder que con sus destinatarios y quedaron tan descolocados por el colapso soviético como por las expresiones de júbilo del pueblo iraquí ante el avance norteamericano, como lo están frente a Fidel Castro. Habrá que reelaborar entonces las doctrinas sobre la materia, para poner las cosas en su lugar: los medios se representan a si mismos y son mejores o peores según su grado de acierto, pero no por ser canal de participación popular.
En la Unión Soviética y sus satélites había dos alternativas: pasar al otro mundo o morir en vida. Pero eso ni siquiera se ha acabado, en la Cuba tan admirada en esta Argentina montonera que nos está tocando vivir, se presentan cientos de casos de supuestos defensores de Castro que en cuanto consiguen exiliarse y escapar al miedo expresan su verdadero pensamiento opositor.
La paz de los embajadores frente al comunismo era la paz con los sojuzgadores, a costa de los sojuzgados. En gran medida el mundo de la diplomacia, el mundo político y el mundo de la información que se escandalizan por las bajas que se produjeron en esta guerra, permanecen sin reaccionar de manera adecuada por lo ocurrido en el totalitarismo más grande de la historia, haciéndose cómplices de los muertos que se derivan del tipo de paz que defienden.
Lo cierto es que la humanidad no se ha liberado de las peores amenazas a su libertad gracias a diplomáticos ni burócratas de ningún tipo, sino al riesgo corrido por el país que más desprecian: los Estados Unidos.
Es una vergüenza que algún día mortificará a la humanidad como a nuestra generación le escandalizan los circos romanos, que proliferen campañas para defender ballenas y que la persecución de seres humanos en Cuba o Corea del Norte permanezca en completa impunidad, ante la indiferencia o directa simpatía muchos, sobre todo de los millones de manifestantes pseudo pacifistas que salieron a las calles por la guerra en Irak.
Los pueblos no son tenidos en cuenta por la supuesta “legalidad” que representan las Naciones Unidas ni por la no menos supuesta “paz” que todos pregonan, porque por más tratados, comisiones e investigaciones sobre derechos humanos que desplieguen, la norma suprema de todo organismo internacional es que todos, buenos y malos permanezcan en el club, que es un fin en si mismo. Un club que no es el club de la legalidad, sino el club del poder. Buscan consenso y no justicia, y solo la justicia trae paz verdadera.
Un Saddam Hussein puede ser miembro de ese club, un Castro también. Jamás en cambio serían admitidos ni los manifestantes del 9 de abril en Bagdad, ni los ochenta disidentes condenados a treinta años de prisión en Cuba esta semana por cuestionar al dictador. Invitados tal vez, miembros no ¿De qué paz se le habla a esa gente?
Las guerras “unilaterales” (que según un nuevo credo no son tan buenas como las multilaterales), ponen en riesgo los puestos de trabajo de una enorme burocracia que tendría que haber perecido junto con la caída del muro de Berlín, pero que Estados Unidos mantuvo y agrandó durante la primera guerra del golfo, creyendo que serían el mero cauce de su poder. No es la paz lo que esas organizaciones defienden, sino el statu quo y el privilegio. De hecho en este conflicto, reclamaban para si la facultad de bendecir guerras o no hacerlo.
Desde la caída del Muro de Berlín, el mundo de la diplomacia, los países fracasados y mediocres tratan de que la fiesta del multilateralismo encuentre otros motivos para subsistir y tienden a la constitución de un Estado Internacional que haría peligrar la libertad en todo el mundo. El Banco Mundial gasta millones en publicidad basada en la falsedad de que el reparto de bienes podría terminar con la pobreza. Es decir, adquieren el mismo comportamiento que los políticos internos para justificar su existencia y agrandar su ámbito de influencias, junto con sus presupuestos.
La mejor muestra de los intereses que se juegan en realidad en los organismos internacionales, es que tras la oposición a la guerra en Irak, los burócratas que los dirigen muestran ahora desesperación por recibir una tajada del botín que signifique la victoria de la coalición. No quieren perderse la oportunidad de contratos, trabajos de consultoría, y gastos en publicidad inútiles que eso les traería. Algo que no es muy distinto al modo de comportamiento de un concejal promedio de la Argentina.
Si la tendencia al crecimiento y al aumento de la influencia de los organismos internacionales se detiene por esta guerra, bien justificada estará la acción de la coalición que venció a Saddam. La causa de la libertad no requiere el fortalecimiento del tope de la pirámide del poder, sino el proceso contrario.