N ° 3/2003
Buenos Aires, marzo 19 de 2003.-
Parecería que todo el mundo, con la excepción de George W. Bush, Tony Blair y un puñado de otros, está contra "la guerra". Desde que el gobierno estadounidense dejó saber que estaba resuelto a poner fin al reinado de Saddam Hussein, un coro cada vez más multitudinario de políticos, intelectuales y religiosos nos está recordando que la guerra es horrible y la paz espléndida, que sólo a un monstruo se le ocurriría pensar que en ciertas ocasiones combatir podría resultar menos peligroso que la alternativa. Entre los paladines actuales de esta tesis optimista están los líderes de Francia, Alemania, Rusia e Irak, el Papa, un sinnúmero de políticos progresistas, centenares de escritores europeos y estrellas hollywoodenses, seguidos por millones de ciudadanos de a pie que con orgullo por su propia rectitud y una dosis de esperanza se proclaman firmemente convencidos de que todos los conflictos pueden ser solucionados con una combinación de paciencia y diálogo. Así las cosas, sería de suponer que los pacifistas se sentirían igualmente indignados por las guerras feroces que están celebrándose en Chechenia, en Nagalandia, en Nepal, en Argelia, en distintas partes del África subsahariana, etc., en las que la cantidad de víctimas civiles ha sido incomparablemente mayor de lo que se prevé en Irak donde los norteamericanos, a diferencia de los rusos en el Cáucaso, los chinos en Tibet o los árabes toda vez que les toca luchar contra una facción rival o una etnia despreciada, harán un esfuerzo genuino por minimizar los estragos aunque sólo fuera por razones propagandísticas.
Sin embargo, estos conflictos, algunos de los cuales han sido inenarrablemente brutales, no han motivado manifestaciones masivas en ninguna ciudad occidental. ¿A quién le importa un bledo lo que están haciendo los rusos en Chechenia o el régimen argelino, respaldado robustamente por el pacifista Chirac, en su propio territorio? A nadie salvo a los directamente perjudicados. Estos se cuentan por centenares de miles, pero no hay lugar para ellos en un drama que tiene muchísimo más que ver con Estados Unidos que con "la paz". Para que los motores pacifistas se pongan en marcha, es necesario que la guerra que les suministra su combustible tenga algo que ver ya con Estados Unidos, ya con Israel, países que en seguida serán acusados de ser los únicos responsables de todo cuanto pueda suceder.
Cuando los europeos, acompañados por nutridos contingentes conformados por inmigrantes musulmanes, llenaban las calles de sus ciudades para protestar contra "la guerra", no se vieron pancartas que pudieran molestar al dictador Saddam porque los organizadores prohibieron la participación de grupos de exiliados iraquíes. Asimismo, aunque abundaban las consignas contra Ariel Sharon, no había ninguna contra Yasser Arafat, Hamas o los "mártires" que se especializan en asesinar a civiles israelíes indefensos. Si bien es probable que entre los manifestantes hayan estado muchos que, de pensarlo, concordarían en que Saddam sí es un dictador sádico y peligroso y que es comprensible que los israelíes se sientan obligados a reaccionar frente a quienes sueñan con masacrarlos a todos, han preferido dejarse llevar por los planteos decididamente sesgados de los profesionales de la protesta porque, como dijo un político inglés eminente, no es hora para tales complejidades o ambigüedades que sólo sirven para confundir.
La nostalgia por la sencillez, por las cosas en blanco y negro sin matices engorrosos, es una aliada sumamente poderosa de aquellos militantes maniqueos que están más que dispuestos a subordinar absolutamente todo a su campaña contra Estados Unidos e Israel. Una vez establecido que si no fuera por George W. Bush y Sharon no habría más guerras, todo se vuelve más claro. Sin embargo, sucede que el mundo real no se asemeja del todo a la caricatura que han improvisado muchos de los que hoy en día dicen estar "por la paz". Por antipáticos que puedan ser Bush y Sharon, personajes como Saddam, Kim Jong IL y muchísimos otros que quisieran emularlos son incomparablemente peores. De sentirse seguros de que ninguna potencia occidental se animaría a enfrentarlos, no vacilarían un solo microsegundo en sembrar muerte y destrucción por todas las ciudades occidentales si creyeran que de tal modo aumentaría su propio poder.
Por ahora, Saddam no está en condiciones de hacerlo. En cambio, el norcoreano sí podría provocar millones de muertos en Corea del Sur y en el Japón y, para colmo, amenaza con desatar una "tercera guerra mundial" a menos que Estados Unidos ceda a sus exigencias. ¿Dónde están las manifestaciones masivas contra Kim Jong IL? En ninguna parte porque, al fin y al cabo, es otro "problema de Estados Unidos". Como ha señalado un izquierdista conocido, Christopher Hitchens, el movimiento supuestamente pacifista que se ha propagado por todo el mundo occidental en el curso de los meses últimos está conformado por "giles dirigidos por malignos", o sea, por gente que no se dio el trabajo de pensar en lo que está en juego que se ha dejado manipular por una alianza coyuntural de totalitarios de formación marxista, neonazis, antisemitas, "islamofascistas" y políticos oportunistas como Chirac y Schroder. Por cierto, entre los militantes "contra la guerra" más locuaces se encuentra un número notable de individuos no sólo siniestros sino también llamativamente belicistas. ¿Es posible tomar en serio la sinceridad de "pacifistas" que desfilan tras banderas rojas decoradas con un retrato del Che Guevara, ideólogo que quería transformar a todos en "máquinas de matar" o los que corean lemas leninistas? ¿Son "pacifistas" los que gritan vivas a Arafat y piden la destrucción física de Israel y de todos sus habitantes? Desde luego que no, pero el protagonismo de tales sujetos no parece haber molestado a los ya decididos a creer que la mejor forma de asegurar "la paz" consistiría en prolongar la vida de la sanguinaria dictadura iraquí que, según Amnistía Internacional, podría considerarse la más mortífera y más cruel de las muchas tiranías existentes, aunque en el ámbito así supuesto la competencia es muy pero muy dura.
Sin embargo, en los años treinta del siglo pasado los antecesores de estos "pacifistas" decían creer que el peligro planteado por Hitler, Mussolini y otros de la misma calaña se esfumaría si los gobiernos de las dos democracias europeas más fuertes, Gran Bretaña y Francia, se abstuvieran de provocarlos. Desgraciadamente para centenares de millones de personas, los dictadores resueltos a desafiar al orden entonces vigente no entendían que la guerra ya se había visto declarada bárbara y por lo tanto inconcebible. Lo que los impresionó no fue ver los buenos sentimientos de los pacifistas sino la debilidad que a su juicio reflejaban. Aunque muchos años han transcurrido a partir de aquellos tiempos, no existen motivos para suponer que la mentalidad de los dictadores o los aspirantes a protagonizar gestas históricas truculentas haya cambiado.
El pacifismo casi siempre es contraproducente. Si bien incide en la conducta de los líderes democráticos que se ven constreñidos a respetar o, cuando menos, a fingir respetar la opinión pública local para que asuman posturas conciliadoras, no puede sino envalentonar a los comprometidos con la violencia al persuadirlos de que les es dado hacer cuanto quieren con impunidad. "Objetivamente", como decían los marxistas, los pacifistas son aliados de individuos que no se sienten cohibidos por escrúpulos burgueses de ningún tipo. Quienes lo saben mejor que nadie son los militantes de grupos extremistas, ideólogos de instintos totalitarios que a pesar de todo siguen resistiéndose a aceptar que la democracia ha triunfado sobre sus muchos enemigos, los contestatarios seriales, los antisemitas y los fundamentalistas islámicos que han estado ocupados organizando las manifestaciones multitudinarias "contra la guerra" con el propósito no de inaugurar una edad signada por la no violencia sino de fortalecer a Saddam y a cualquier otro que se haya propuesto luchar con las armas contra el "imperio" estadounidense y contra Israel, la única democracia auténtica del Medio Oriente.