N ° 14/2002
Buenos Aires, noviembre 04 de 2002.-
Antes de las últimas noticias sobre complicaciones en las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, se decía que en la Casa de Gobierno y en el Ministerio de Economía se respiraban incipientes aires de una cierta felicidad ante varias noticias consideradas alentadoras, como la actual estabilidad cambiaria y alguna recuperación de la actividad y, lógicamente, la alta probabilidad, alegada, de un eventual acuerdo con el organismo.
La Argentina está insolvente e ilíquida, sin embargo. No paga sus cuentas con los organismos internacionales, los acreedores privados, las empresas de servicios públicos, los ahorristas, los funcionarios públicos y los jubilados, entre otros.
La deuda externa supera 150% del producto bruto y 600% de las exportaciones.
Los vencimientos anuales bajo el endeudamiento superan los u$s 20.000 millones, duplicando, aproximadamente, las reservas del Banco Central.
Las empresas de servicios públicos sufren la devaluación y la inflación, cobrando sus ingresos en pesos sin ajustar.
Los ahorristas tienen todo tipo de restricciones para cobrar sus depósitos.
Los funcionarios públicos y jubilados ven reducidos sus ingresos.
El actual respiro y supuesta felicidad se basa en el no cumplimiento de las obligaciones. Como un insolvente que un día decide no pagar más lo que debía, ni los intereses ni las distintas cuentas mensuales.
¿Protección?
Lógicamente que en los meses siguientes al default, el insolvente verá que sus ingresos corrientes (asumimos que algunos conserva) superarán sus gastos corrientes, artificialmente reducidos y ocultados debajo de la alfombra. Si, además, su casa es un bien de familia (las reservas lo son bajo la legislación internacional), pensará que tiene un patrimonio importante con el cual poder vivir hacia futuro, y si el sistema legal castiga a los acreedores, gozará de una protección temporaria que el insolvente confundirá con que es eterna.
¿Cuánto tiempo se puede vivir de esta manera? Naturalmente, no mucho si se quiere crecer algún día. Lo suficiente, no obstante, para vivir tranquilo por un tiempo y entregar la posta a sus hijos, que vienen detrás de él en el manejo de la casa.
El Perú de Alan García vivió cuatro años de insolvente, pero su economía se desplomó más de 20% acumulativamente.
¿Qué situación dejará el insolvente a sus hijos? ¿Cómo harán éstos para recuperarse patrimonial y económicamente?
El presidente Eduardo Duhalde dejará en mayo de 2003 un país a punto de estallar con varias bombas de tiempo en los minutos finales del reloj, además de una economía que en dólares tiene un valor tres veces menor y, en pesos, más de 10%.
El legado duhaldista es el siguiente:
1) Los propios vencimientos con el FMI, el Banco Mundial y el BID que se habrán acumulado en un monto superior a los u$s 10.000 millones. Si además cae en default antes de entregar el poder, en la práctica le impedirá al próximo presidente llegar a un acuerdo con aquellos organismos ya que, por dicho default, se requerirá el pago en efectivo de dicha suma antes de ser elegible para nueva ayuda.
2) El default bajo
la deuda externa con los acreedores privados que será de
aproximadamente u$s 60.000 millones.
3) La deuda en dólares con el exterior de las empresas privadas. Lógicamente o se pide un seguro de cambio ni ningún otro mecanismo de costo fiscal, ero sí se pidió la puesta en marcha de un programa económico en serio y la reestructuración de la deuda pública que hayan dado certidumbre y marco externo a las empresas y sus acreedores para que negocien las reestructuraciones (esto es ya imposible de hacer en estos últimos meses de gobierno).
4) La situación de virtual quiebra de las empresas de servicios públicos, en articular, las del sector energético.
5) La reestructuración del sistema bancario, las restricciones al retiro de os depósitos y el inicio del camino para el retorno al crédito.
6) El agujero negro de la economía argentina que nadie quiere resolver y que n las últimas semanas volvió a recrudecer: el déficit fiscal, tanto federal omo provincial.
Todo esto, por supuesto, en un clima de crecimiento de la pobreza e indigencia, estancamiento de la actividad económica, falta de crédito y aislados del mundo.
Liderazgo
En pocos meses, el populismo habrá culminado su gran obra de hacer un daño mayúsculo que costará muchos años resolver. Si el próximo gobierno no asume seriamente estas cuestiones, el país no volverá a crecer.
En cambio, si la próxima administración las ataca con consistencia y con poder político, y respeta la seguridad jurídica, se podrán dar vuelta las expectativas y enfilar nuevamente hacia el crecimiento, aunque a paso lento al principio dada la falta de confianza.
Pero requerirá de un gran liderazgo y de mucha constancia ya que la oposición de los sectores populistas será feroz. Pero no queda otra alternativa.