N ° 12/2002
Buenos Aires, septiembre 20 de 2002.-
Hace dos semanas los argentinos nos lanzamos al debate acerca de la demagogia, obsecuencia, el caudillismo, etc. por la información que en la provincia de San Luis se había lanzado un concurso estudiantil llamado “Te presento al Adolfo”.
Sin embargo el debate jamás roza siquiera la causa que pueda hacerse un concurso así. La única y exclusiva causa es el monopolio estatal sobre la educación. En Argentina desde la sanción de la ley 1.420 el Estado se ha adueñado de los contenidos de la educación. Es el único sector donde no existe competencia.
El mayor avance fue la sanción de la ley federal de educación que inspiró Jorge Rodríguez durante el gobierno de Carlos Menem que estableció la existencia de contenidos mínimos y contenidos libres. En otras palabras introdujo la posibilidad que las escuelas establezcan alguna competencia en la educación.
Pero los ministerios de educación de inmediato fijaron contenidos mínimos obligatorios que requieren 14 meses de cursos lectivos, de esa forma los burócratas y los empresarios de editoriales retuvieron de facto el monopolio absoluto.
El Estado ha fracasado en supervisar bancos con el Banco Central, fondos de pensión, compañías de seguros, con las superintendencias creadas al efecto, y eso como ejemplos que hoy vivimos a diario. Igualmente me pasa que la mayoría de mis contertulios terminan aceptando que el problema de nuestro país es la “educación”, pero cuando uno les dice que el problema es que el Estado la ha manejado desde hace más de 130 años y habría que terminar con ese monopolio la gran mayoría vuelve a sostener que el Estado debe asegurar que todos reciban la misma educación.
Ello demuestra la excelente tarea de lavado de cerebros que realizan los educadores estatales, los comunicadores que tienen convencida a la gran mayoría del pueblo argentino que un Estado incapaz de hacer algo bien, igual debe encargarse justamente de la cuestión más privada e importante de las personas, la educación. Han logrado que los ciudadanos cedan lo más importante de su vida, sus hijos, por lo tanto el Estado siempre puede lograr con facilidad imponer otras políticas y leyes socializantes, autoritarias.
Si el Estado ha manejado la educación durante más de 130 años y estamos tan mal, es hora de aceptar que ha fracasado en ello.
No se trata de poner mejor gente a cargo del monopolio estatal sino de terminarlo. Los instrumentos totalitarios tarde o temprano caen en manos de obsecuentes, de irresponsables o de dictadores. La mejor forma de no tener estos debates es terminar ese monopolio.
Aunque el Estado lo hiciera bien dejar la educación en manos es un peligro para la libertad ciudadana, para el derecho de propiedad, para el progreso. Es una cuestión de principios y el malhadado concurso genero un debate estéril, porque la única conclusión importante es que debemos quitar las manos del Estado de la educación.