N ° 11/2002
Buenos Aires, septiembre 09 de 2002.-
En estas semanas el periodista estrella de La Nación y el grupo TN, Joaquín Morales Solá ha escrito algunas columnas y reportajes memorables. Empezando por el “reportaje” obviamente pago al usurpador de la presidencia Eduardo Duhalde, donde nos pretendió vender a un estadista relajado, confiado y exitoso. Desde la columna nos anunciaba también Morales Solá la pronta firma del acuerdo con el FMI, la cual ya debería haber sucedido, y además la candidatura a vicegobernadora del feudo de la esposa del entrevistado.
Al día siguiente fue desmentido por la misma Chiche, pero Morales Solá ni se dio por aludido.
Poco más tarde Morales Solá reclamo al periodismo una autocrítica, y a modo de ilustración resulta bueno leer el primer párrafo del mismo.
“Casi unánimemente, el periodismo está reclamando una profunda autocrítica a la dirigencia política y social. El principal argumento consiste en sostener que ningún país desciende a los niveles de la tragedia argentina empujado sólo por hombres inocentes. Pero ¿está el periodismo en condiciones de hacer su propia introspección? ¿Podría estar libre de culpas cuando ha sido uno de los protagonistas de la vida nacional en los años recientes? ¿Podría, acaso, ser eximido de cargos cuando hay corrientes de pensamiento que han llevado la culpa del colapso hasta la propia sociedad argentina en su conjunto? ¿Podría ser una isla cándida en un océano de malhechores?”
Una cuestión que no deja de asombrar es el reclamo de autocríticas a los demás, a esta altura del conocimiento humano y político ya es hora que quienes quieren criticar se animen a hacerlo con todas las letras, no a esconderse en el pedido de una autocrítica. No existe la “autocrítica” a los demás, eso es crítica.
En términos políticos es sabido que la autocrítica siempre fue un mecanismo elegido por el comunismo, en especial desde el leninismo para que algún opositor se ilusionara con el perdón del comité central y con ello salvaría su vida. Pero la realidad es que la autocrítica se exigía para que el régimen justificara luego el crimen y fusilamiento en base a la “confesión” de contrarrevolucionarios, desviacionista, etc.
La autocrítica es por lo general más una crítica a los demás que un análisis de la conducta personal y Joaquín Morales Solá no escapa a esa conducta, no solo por el vergonzoso reportaje anterior a Duhalde, sino porque todo su artículo es simplemente autoelogio o crítica, y veamos otra muestra de la falsedad del autor “la prensa ha sido la única instancia pública argentina que dio signos voluntarios, embrionarios aún, para revisar sus culpas y sus pecados de los últimos años.”
El artículo de Morales Solá es otra muestra de hipocresía en el periodismo argentino, de quienes se han autodesignado jueces del resto de la sociedad y simulan preocuparse y cuidar la ética de ellos mismos con ajenidad a cualquier otro poder, aun del poder judicial y del político elegido por el pueblo. Lo que el periodismo necesita para ser mejor, para terminar con la evidente corrupción de su actuación es que sus miembros sean sometidos a la justicia en igualdad de condiciones a las de los restantes ciudadanos. Que cuando difaman, injurian, calumnian sin pruebas, por dichos no probados, por fuentes no “comprobables” por el secreto de la fuente, etc. deban indemnizar en forma ejemplar, reciban justa sanción. El argumento de la “real malicia” es una suerte de fuero de impunidad para las campañas de desprestigio. No son dioses, no existe ninguna razón por la cual merezcan estar por sobre los demás argentinos.
Por último si Morales Solá sabe de periodistas que cobran por ocultar información, o por difundir falsa información mejor sería que lo diga con nombre y apellido, como hacen con los políticos. Hasta tanto no actúen entre ellos mismos como actúan para con el resto de la sociedad, las autocríticas de los periodistas huelen a “inmoralidad”.