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N ° 08/2002

Buenos Aires, julio 26 de 2002.-

UN PAÍS RADICALIZADO

Si uno estuviera en marzo de 1945 en Alemania y un jerarca nazi dijera “yo quiero una nueva política, voy a formar un nuevo partido para recuperar los valores del Reich” seguramente lo hubiera tratado de hipócrita cuando menos y por supuesto hubiera tomado sus palabras como una burda patraña, jamás se le hubiera admitido que ya no era nazi.

En Argentina sucedería lo mismo con alguien que haya sido notoria figura de un gobierno militar o del gobierno de Carlos Menem, pero si el político en cuestión se dice progresista, ha sido radical, comunista (cualquiera sea la variante) basta con decir que ahora es parte de un nuevo movimiento político o social para lavar ese ignominioso pasado.

Elisa Carrió es casi el prototipo ideal de ello. Fue funcionaria, ella y su madre, del Proceso, pero como luego era radical alfonsinista se le perdona eso, y hasta cosecha aliados entre quienes denuncian que el gobierno militar los habría torturado, como el caso del inmoral Alfredo Bravo. Hace pocos meses decidió que ella ya no era radical y fundo el ARI. De inmediato el periodismo la acepto como tal y ya está limpia de toda culpa y cargo de haber sido una de las artífices de la Alianza UCR – Frepaso. Ni hablar de su culpa en la licuación de las reservas del BCRA y su alianza táctica con la insolvencia de la banca estatal.

Horacio Verbitsky, Miguel Bonasso son los ejemplos de terroristas comunistas, culpables de homicidios y secuestros extorsivos que son aceptados como si fueran miembros de la orden de la Madre Teresa de Calcuta, que se les permite juzgar a los políticos y empresarios, sin que ninguno de los graves delitos y violaciones de derechos humanos importen. Basta con que hayan dicho “ya no soy montonero” para que sean tratados aún con más respeto que sus víctimas.

Luis Zamora se lo presenta como una persona decente, como si alguien que haya militado entre los autores del genocidio más grande la historia humana, me refiero a los crímenes del marxismo (leninista, estalinista, trotskista, castrista, maoísta o el que fuera) pueda resultar honesto, y ello sin contar con los saqueos que propone públicamente, el hecho que se proponga hacerlo desde el Estado y en el supuesto beneficio de una clase social no dejaría de convertirlo en otro robo monumental.

Ricardo Hipólito López Murphy afiliado radical de toda la vida, rodeado de ex funcionarios radicales como José María Lladós, Cesar García Puente, etc. han logrado también el milagro de ya no ser radicales. Ahora son quienes pretenden ocupar el “centro político”, es decir una posición indefinida, como una ameba que no puede distinguir entre el bien y el mal, que cree que entre esos valores hay un centro, o una posición intermedia. Es decir una actitud histórica y prototípica del ideario radical. 30 años de afiliación al radicalismo no pasan en vano, sin embargo es otro caso de reconversión impune.

La lista de quienes cambian su anterior adhesión al socialismo, marxismo, y al radicalismo es larga lo increíble es la cara de piedra con la cual lo hacen, como si no tuvieran pasado y acusando a los demás como si ellos fueran vírgenes vestales.

Pero el radicalismo como enfermedad político cultural influye en sus aliados siempre, miremos sino como actuaron los frepasistas y como actúan los duhaldistas en el gobierno. No se hacen cargo de nada, todo es culpa de otros, ellos solo hacen de comentaristas. Todos recordamos los “parlamentos” de Chacho Álvarez, Darío Alessandro, Rosa Graciela Castagnuola de Fernández Meijide, Juan Pablo Cafiero.

La semana anterior cuando anunciaron los índices de desempleo los funcionarios del duhaldismo solo hicieron comentarios como si ellos, su desgobierno, la devaluación, la pesificación no tuvieran nada que ver con ello. Una forma de gobernar típica del radicalismo donde los hechos se “arreglan” con un buen discurso o conferencia de prensa, donde los errores de la gestión siempre son culpa del mundo externo, de la oposición o de los gobiernos anteriores.

Siempre me pregunto lo mismo frente a esa forma de no gobernar, ¿qué demonios hacen en el gobierno si solo sirven para hablar, si nada tienen que ver con lo que pasa en el país, ni en sus oficinas? ¿Son ñoquis de lujo nada más?

En cuanto a las mutaciones y el olvido de la clase media y del periodismo sobre quienes hasta un día antes fueron radicales, socialistas, marxistas, no tiene explicación salvo el formidable lavado cerebral que hace la educación monopolizada por el estado.

 

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