N ° 02/2002
Buenos Aires, abril 30 de 2002.-
La confusa revolución y contrarrevolución sucedida en Venezuela los días 12 y 13 de abril nos ponen una vez más ante la discusión sobre la democracia y sus alcances. Algunos se ufanan de la “cintura política” demostrada por el Presidente usurpador de Argentina, Eduardo Duhalde quien de inmediato calificó a la revolución como “golpe de estado”.
Más que cintura política, Duhalde actuó en auto protección, ya que él mismo es resultado de un golpe de estado, institucional, pero golpe de estado al fin. También muestra la falsa concepción de la democracia que tienen muchos de nuestros dirigentes.
Chávez renunció porque sus grupos paramilitares armados llamados milicias bolivarianos asesinaron a sangre fría varias decenas de pacíficos manifestantes antichavistas. La situación motivo la intervención de toda la comunidad, incluidas las fuerzas armadas venezolanas.
El designado Carmona cayo de inmediato porque representaba la vieja oligarquía política, y porque también pretendió abusar del poder recibido, una suerte de Chávez pero de signo contrario. Inaceptable para la mayoría también.
Así el dictador Chávez logro recuperar el poder e instalarse como “presidente vitalicio” o en sus palabras “presidente para siempre”. Este es el dictador que Duhalde defiende y a quien dice que le hicieron un golpe de estado. Ayer además él eligió a su nuevo vicepresidente, un reconocido comunista de los últimos 40 años de Venezuela.
Igualmente Chávez es capaz de presentarse con un crucifijo en una mano y la constitución chavista en la otra, algo que inevitablemente recuerda la hipocresía de Elisa desCarrió. La misma hipocresía demostrada por todos los tiranos, dictadores a lo largo de la historia, el uso abusivo de los símbolos religiosos y la identificación pseudo mística entre el poder político y la religión.
Chávez intenta replicar los métodos opresivos de su maestro Fidel Castro, policía política, paramilitares armados, intimidación a opositores, a la prensa libre, etc. Claro al no ser una isla tiene problemas para consolidar su dictadura.
Nadie discute que Chávez fue votado presidente por su pueblo, pero, ¿eso lo convierte en un demócrata? La respuesta es no. Definitivamente el voto popular no hace de un dictador un demócrata como bien se demostró con Adolf Hitler en Alemania en los años 1933 a 1945.
También las simpatías por Chávez provienen de un atajo de “progres” admiradores de Fidel Castro. Como Chávez le regala 55.000 barriles diarios de petróleo esos tuertos zurdos se sienten medio descolocados, ante quien hasta hace poco consideraban un ladronzuelo de ultra derecha. Ante el dilema una vez han actuado siguiendo los viejos consejos de Lenin y Stalin, apoyan lo que es bueno para el partido. ¿La moral? Bien guardada como siempre, solo la usan para condenar a los anticomunistas.
Por supuesto que el antinorteamericanismo reinante entre las clases pseudo ilustradas del resto de América salieron a condenar a la CIA y al gobierno de George W. Bush. A nadie le importó que los días anteriores millones de venezolanos se lanzaron a las calles a reclamar contra la dictadura chavista y que si alguien no tiene capacidad de movilizar esas personas es la CIA o el gobierno de los EEUU. Tampoco les importo que las milicias bolivarianas de Chávez hayan abierto fuego a mansalva contra su pueblo.
Con el mismo doble standard moral elogiaron a Duhalde, criticaron al gobierno de los EE.UU., omitieron el apoyo al movimiento antichavez de las principales naciones europeas y del mismo Chile.
Rápidamente la crisis nacional nos ha hecho olvidar el caso venezolano, donde la dirigencia histórica arruino la oportunidad de reestablecer la democracia y se consolido –por ahora- el dictador Chávez. Para algunos con el hábito de comparar situaciones históricas el retorno de Chávez fue un 17 de octubre, para otros ha sido un 16 de junio de 1955.
La incógnita está abierta, mientras tanto el dictador ha prometido aflojar su cepo y “ser más tolerante”, y el pueblo de Venezuela vive entre el engaño y la opresión.