N ° 01/2002
Buenos Aires, abril 08 de 2002.-
Israel es a Medio Oriente Atenas y Esparta a la misma vez. No podría ser de otro modo, rodeada de grupos de fanáticos que la odian y justifican sus regímenes represivos internamente en una guerra contra el pueblo judío y su estado. Esos dictadores que no pueden aceptar la comparación institucional, ni económica.
Yasser Arafat no cumplió, ni quiso hacerlo con su función de reprimir a los terroristas antiisraelíes. Cobijo y alentó a los terroristas, jamás ocupo su tiempo en construir instituciones para la paz. Igual que las FARC en Colombia su negocio es la guerra, el terror, el odio, y cuanto peor este todo mejor están ellos.
En las escuelas palestinas, y también en otras tierras gobernadas por dictadores musulmanes se enseña el odio al pueblo judío. Están muy enfermos los muchos cobardes que pretenden negar el carácter asesino y terrorista de muchas enseñanzas de esas escuelas. Los manuales escolares incitan al martirio, a inmolarse matando infieles a llevar una guerra sin cuartel contra Israel.
Israel es una democracia condicionada por el odio y belicismo de muchos de sus vecinos, pero es lo que Atenas era a Grecia antigua en cuanto al progreso moral e institucional. También es Esparta porque con Dachau, Treblinka, Auschwitz, Katyn, etc. a sus espaldas en la historia está decidida a combatir por su existencia, que es la vida de sus habitantes.
Los enemigos de la paz son pequeños grupos que no persiguen la existencia de un estado palestino sino la destrucción de Israel.
Existen muchos Daladier, Chamberlain, que temerosos de enfrentar al enemigo hoy reclaman de Israel que cese el fuego, entregue territorios. Son los hijos, nietos de aquellos que prefirieron ceder a Hitler, a Lenin, a Stalin, pero hoy el mundo necesita de los hijos y nietos de los Churchill, Rooselvelt, De Gaulle, Dayan, Golda Meir, los que quieren la paz, que tienen la valentía de construirla aun cuando para ello deban hacer la guerra primero.
La historia del siglo XX demuestra que los enemigos mortales e irreconciliables de ayer luego de establecerse la pax americana post Segunda Guerra Mundial y 1989 hoy son amigos de los EEUU y Gran Bretaña. Me refiero a Alemania, Japón y Rusia. Pero esa amistad no se logro por la cobardía de someterse al terror, sino por enfrentarlo, vencerlo y luego hacer una paz justa, no una venganza como hasta entonces habían ensayado los mismos cobardes que hoy claman por la retirada de Israel.
Los Arafat, los Saddam Hussein (que da indemnizaciones a familias de terroristas suicidas, mientras su pueblo muere de hambre) necesitan de la guerra para mantener su represión y poder, para no enfrentar a sus pueblos con sus fracasos económicos. Ellos quieren la guerra, todos los hombres de buena fe sabemos que ni Israel, ni nosotros podemos sentarnos a negociar nada con ellos como no sea su rendición.
El palabrerío sentimental de las muertes de inocentes causados en las operaciones militares israelíes es otra mentira. Es una hipocresía creer que se puede hacer la guerra sin víctimas, militares o civiles. Mucho más culpar al pueblo agredido por ellas. Los israelíes saben como los espartanos que cuando los ejércitos combaten, matan y mueren personas. Es un precio moral que debemos aceptar, salvo que se pretenda una negación patológicamente enferma del conflicto.
Resulta moralmente inaceptable dejar solo a Israel en esta guerra, tanto como pretender que deba pelearla cediendo territorios, y sin ocasionar muertes. No es posible. No es que nos gusta a “algunos sádicos extremistas”, ni siquiera iniciamos esta agresión. Es la dura lógica del conflicto. Los que no la aceptan terminan por colaborar con los regímenes comunistas, nazis, fundamentalistas.
Para los pueblos árabes, palestino, musulmanes sería mucho más beneficioso vivir en paz y comerciar con Israel. Sus pueblos mejorarían, se desarrollarían, recibirían el contagio de la modernidad israelí, pero muchos de sus gobernantes y dirigentes tienen otros planes, represivos hacia adentro, ofensivos al extranjero.
Por eso esta guerra de Israel es también nuestra.