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N ° 01/2001

Buenos Aires, enero 08 de 2001.-

Pimpinela sin vergüenza

      La asunción del Presidente de los EEUU George W. Bush ha desatado un papelón pocas veces visto en nuestra política. Como la Alianza apostaba mayoritariamente al triunfo de Al Gore ahora todos están buscando alguien que les abra la puerta del partido Republicano.

      Para agravar el papelón la envidia enfermiza a Carlos Saúl Menem, que en razón de su amistad está invitado a la ceremonia de asunción y a algunos eventos protocolares ha provocado la reiteración de la política enanista.

      No escapa a ello el jefe de estos mediocres, don Fernando de la Ruina y su canciller escudero Adalberto Rodríguez Giavarini.

      Como la asunción de un presidente en los EEUU es una acto debido a su propio pueblo, jamás los norteamericanos pretenden darse lustre invitando presidentes extranjeros. Es una jura ante su pueblo que le ha confiado la administración, no un acto de cholulismo y desprecio al pueblo que se pretende enceguecer por las visitas foráneas.

      Por eso invitan amistades, pero no presidentes. Advertidos tarde del yerro los dirigentes de la Alianza cambiaron su objetivo, ya que podrían hacer invitar al jefe de los mediocres, se lanzaron a evitar que invitaran a Carlos Saúl Menem, o a disminuir el nivel de los eventos a donde se lo invite.

      Ya una vez se quejaron ante un gobierno extranjero por tratar bien a un ciudadano argentino, cuando protestaron ante Gran Bretaña por el buen trato dado a Guido Di Tella en Malvinas. Ahora repiten su enanismo político con Carlos Menem, mientras tanto no les preocupa el escándalo diplomático que significa la presencia del Embajador argentino ante Francia en París. Carlos Pérez Llana que alcanzará fama por tener simultáneamente cuatro sueldos del mismo estado por cuatro funciones de dedicación exclusiva, sumada a sus jubilación de privilegio y al despido de funcionarios para poder designar con sueldo y pasajes pagados por nosotros a su novio en esos cargos.

      No alcanzan para volar ni siquiera a la altura de una gallina, con perdón del noble animal.

 

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