N ° 11/2000
Buenos Aires, abril 24 de 2000.-
Durante las últimas décadas grupos de personas blancas nos han tratado de convencer a todos que la raza blanca ha sido y es terriblemente injusta con otras razas. En especial con la raza negra.
Muchas de esas personas son activistas profesionales que amasan fortunas culpando a los blancos de sus “matanzas”, de la esclavitud, y la discriminación contra los negros y cualquier mal que no encuentre culpables. Este activismo en el cual obviamente militan muchos negros, algunos con razones y otros simplemente para movilizar el odio como fuente de poder político que le permita oprimir a sus iguales, es un gran negocio.
Los filántropos de organizaciones no gubernamentales, de organismos multilaterales, etc. hacen colectas permanentes para ayudar a los negros en Africa, pero gran parte de ese dinero lo gastan en lujosos hoteles, cenas, aviones, etc. recorriendo el Primer Mundo para obtener más ayuda, y finalmente hay que reconocerlo también en cuentas bancarias personales de los activistas del odio bien pagados.
El periodismo apoyando esa idea del “blanco malo”, aunque lo ignoren, ha seguido los planes que Lenin impulsó en el Congreso Bolchevique de 1921 cuando debió aceptar que no llegaría la revolución socialista y comunista en los países desarrollados. Fue entonces cuando Lenin decidió que el comunismo debía desarrollar las guerras de liberación en las colonias como herramienta de lucha encubierta contra el capitalismo.
Pero en las últimas semanas el veterano guerrero de la liberación y dictador de Zimbabwe, Robert Mugabe ha lanzado a las hordas de soldados y militantes de su gobierno a saquear y “expropiar” las granjas de los blancos. En ese camino también los ha alentado a linchar y apalear a los blancos.
Para las organizaciones de derechos humanos, para el periodismo en general y los demás gobiernos el tema casi no tiene importancia. Se lo esconde a sabiendas que la violencia de Mugabe y sus partidarios puede terminar con el mito del “blanco malo”.
Porque además resulta más atractivo perseguir a Rudolph Giuliani porque algunos policías mataron a un negro a destapar que los negros de Zimbabwe están masacrando ciudadanos blancos. Hablar de Zimbabwe podría ser inconveniente políticamente para las ideas socialistas y para los candidatos que se apoyan a diario en forma masiva por la gran mayoría del periodismo.
Para las organizaciones defensoras de derechos humanos mejor callar porque podrían perder el apoyo económico de su negocio, las donaciones de los mismos blancos europeos cuyos descendientes, y habitantes de la ex Rodhesia por muchas décadas, están siendo masacrados y linchados por un odio racial.
Los granjeros blancos de Zimbabwe no tienen esperanzas de ser tratados por los activistas internacionales, ni por la prensa como merecen. Porque después de todo para los progres se trata de colonos blancos. Que además, ¡qué horror! Son propietarios que seguían trabajando, viviendo en armonía en medio del África negra.
Silenciarlo no es mi caso, ni debe ser él de nadie de bien. En Zimbabwe se está haciendo un genocidio, son blancos descendientes de británicos, pero eso no quita que sea un genocidio.
Los activistas de los derechos humanos en todo el mundo son cómplices de esta matanza y lo hacen por defender el negocio del que viven.
Lo más grave es que más tarde, o seguramente más temprano, los grupos de racistas filonazis aprovecharan esta matanza para crecer y promover el odio y xenofobia históricas de los europeos.
La verdad de la cuestión en Zimbabwe es simple, un dictador profesional entrenado hace décadas por el comunismo soviético, llamado Robert Mugabe para asegurarse la continuidad en el poder necesita encontrar culpables de su fracaso como gobierno. Hitler lo hizo con los judíos. Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot y muchos comunistas más lo hicieron con los agricultores y los “capitalistas”, con los liberales y conservadores.
No los distingue el color de su piel, los distingue la víctima elegida. Los iguala su brutalidad, su falsedad, su ambición por el poder a cualquier precio. Lo grave es que por defender su negocio, por no querer admitir la falsedad de su diaria prédica las organizaciones de derechos humanos, la ‘media políticamente correcta’ y muchos políticos socialistas se hacen cómplices de Mugabe.