N ° 8/2006 - Año 7º
Buenos Aires, junio 14 de 2006.-
Aun cuando hayamos realizado una revolución republicana en los albores del siglo XIX y desechado la monarquía como forma de gobierno, en la constitución esencial de las emociones y el alma política de los argentinos sigue aflorando el sentimiento de la monarquía como fervor público preponderante. Esa clase de pasiones y adherencias han auspiciado y sostenido distintos tenores de caudillos y autócratas como Juan Manuel de Rosas, las dictaduras militares, Perón, Menem y ahora Kirchner.
En “18 de Brumario de Luis Bonaparte” Carlos Marx dice; “Hegel afirmaba que en la historia los grandes acontecimientos suceden dos veces, se olvidó de agregar que la primera vez ocurre como tragedia y la segunda como farsa” Por eso el caudillismo es la caricatura de los virreyes, la autocracia la farsa de la monarquía.
La pasión por acumular poder y concentrarlo en pocas manos (la del presidente-rey) sostenida por súbditos –cuanto más paniaguados y menesterosos más fácilmente manipulables- que vivan al soberano en las plazas al socaire de sus prebendas o de sus conminaciones, lejos de haberse debilitado con el paso de los años de nuestra enteca democracia, parece recobrar nuevos bríos y vigor a medida que pasa el tiempo.
Las plazas llenas en verdad no son propias de los reyes sino de los tiranos; nadie juntó más gente para ser sometida a peroratas y pantomimas que Mussolini, Hitler, Stalin, Mao, o Fidel Castro. Estos son la tragedia: Perón, Galtieri, Chávez, Kirchner son la farsa.
La monarquía consiste básicamente en la suma, acumulación y concentración de poder, cuya lógica es lineal y simple; cuanto más poder más monarquía.
La doctrina constitucionalista republicana, basada en el liberalismo político, tiene como principio liminar la limitación del poder, pues todo poder tiende a acumularse y todo poder excesivo tiende a ser despótico.
Poco importa la naturaleza de ese poder; puede ser militar, financiero, económico, espiritual o político.
Ya lo hemos visto repetidamente en la historia: El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente decía Lord Acton.
Se limita al poder dividiendo sus potestades y funciones con la existencia separada e independiente del Poder Judicial y el Poder Legislativo que debería ser el representante del pueblo.
Esta es la sencilla y esquemática forma de preservar los derechos y la dignidad humana, en la medida que ese sistema se mantenga y respete mejora la calidad institucional y la sociedad funciona más sensatamente. Hasta que encontremos algo mejor, como decía Churchill “No hay peor sistema político que la democracia, salvo todos los demás”
Sin embargo, y para no ir tan lejos hacia atrás, a partir de la lúgubre década del setenta, desde Martínez de Hoz hasta Domingo Cavallo y todos sus émulos, se ha impuesto una suerte de racionalismo impenitente que reniega de principios y respeto de las reglas constitucionales y las sanas prácticas republicanas, para dar lugar a la aplicación de formulas y recetas, con despareja fortuna, por las que se han infligido esquemas tecnocráticos en la administración pública.
Desde entonces se ha impuesto a la contrahecha república un aparato ortopédico ajustado a la anatomía realista.
Normas liminares de la constitución; la división e independencia de poderes, la autonomía provincial, el federalismo, los principios republicanos, la propiedad, la libertad en todas sus formas etc., han sido arrollados por las burocráticas “medidas” y “paquetes”, que a fuerza de ser supuestamente prácticas han devastado las garantías constitucionales, con la plusvalía de resultar absolutamente ineficaces.
El extraordinario debilitamiento de la calidad institucional argentina se debe esencialmente al “recetismo” impenitente y nefasto al que sucumbimos y a la desenfrenada pasión de algunos gobernantes por construir y acrecentar su poder personal… monárquico.
Con mucho poder es infinitamente más fácil perpetuarse en él.
Si nuestros virreyes no pueden hacerse hereditarios, suspiran por aproximarse a ser vitalicios. A eso apuntan todos los proyectos reeleccionistas.
Las liminares y elementales cuestiones cívicas han desaparecido del discurso político y de los medios cuyo empobrecimiento intelectual es asombroso.
Las recetas como panaceas debían ser impuestas sin demoras, sin cortapisas y sin discusión: en el caso de las dictaduras por la naturaleza despótica del sistema y con gobiernos electos por el pueblo sin debate en el Poder Legislativo, otrora representante de la soberanía popular. Un cuarto de siglo y un lustro más tarde la pésima costumbre se halla de tal modo enraizada en nuestros peores hábitos políticos que se ha perdido absolutamente toda noción -hasta teórica- de para qué sirve el Congreso y cuales son las funciones de sus miembros.
Cuando era candidato, un actual Senador por Misiones decía en las tribunas: “Quiero ser Senador para estar al lado del Presidente Kirchner” Nunca se enteró que su función es representar y velar por los intereses de la Provincia de Misiones como miembro del estado federal. Otro tanto han hecho diputados nacionales que se jactan de ser los referentes del Presidente como mayúsculo pergamino.
Ningún periodista se puso colorado.
Nada hay más degradante en una república que la lastimosa condición de subvertir la calidad de representante de los intereses y derechos del pueblo por la de mero ejecutor de la voluntad del ejecutivo. La monarquía también aflora en los cortesanos disfrazados de tribunos que para colmo ignoran su condición servil.
El discurso político actual, descarnado y paupérrimo, dejó de ser una cátedra de civismo, una sana e instructiva pedagogía republicana. Si los dirigentes ignoran sus atribuciones y deberes ¿qué cabe esperar de Juan Pueblo?
En el oficialismo del parlamento Misionero las alusiones a la voluntad del gobernador son las constantes más sobresalientes. El mejor diputado es el más obediente o el más obsecuente. Mayoría propia es el título con que eufemísticamente se distingue a los nuevos vasallos de la corte semiabsolutista que subyace en la vaporosa inconciencia política que nos asfixia.
Cada gobernador tiene su propia mayoría en la Cámara de Representantes, su propio Fiscal de Estado y su propia mayoría en el Superior Tribunal de Justicia. ¿Qué más quisiera un rey?
Perdonar a los obispos quizá…
Se ha dicho alguna vez que el socialismo es el camino más largo del capitalismo al capitalismo, del mismo modo podemos decir que en la argentina la república es el camino más largo de la monarquía a la monarquía.
Nuestra lamentable historia reciente es una mera acumulación de giros lampedusianos; que todo cambie para que todo pueda seguir siendo igual…
Rodolfo Roque Fessler
Publicado por el diario Primera Edición, Posadas, Misiones. el 11/06/06.