N ° 7/2006 - Año 7º
Buenos Aires, mayo 26 de 2006.-
La capacidad de la izquierda por enamorarse de monstruos corre paralela a su capacidad para errar históricamente y gozar de total impunidad. A pesar de que estoy convencida de que es a la izquierda del panorama ideológico, donde se han gestado las ideas con más buena intención, y donde la utopía ha generado sueños colectivos, también creo que, bajo su amparo, se han consolidado dictadores terribles, y se han elevado a los altares a grandes pensadores inútiles. La izquierda es responsable de no haber hecho ningún juicio histórico a Stalin, mientras lo hacía con Hitler, y, al mismo tiempo que se manifestaba contra las barbaridades de Pinochet, elevaba a la categoría de heroicidad las barbaridades que cometía Fidel Castro. No solo no ha estado a la altura de la exigencia moral de la justicia, sino que, aún en la actualidad, mantiene la coartada de episodios infumables y malvados de la historia reciente. Por supuesto, mientras su deporte nacional es el antiamericanismo, esa misma izquierda nunca ha hecho las paces con su mala, pesante y funesta complicidad soviética. Complicidad que acarrea la dura carga de millones de represaliados y muertos.
Sin embargo, y llevada por el “buenísimo” de la cosa, una llega a creer que los errores del pasado no marcarán las pautas de los errores del presente, pero la tendencia parece la contraria. I el ejemplo más notorio lo ha dado la foto de Viena, donde dirigentes de la izquierda europea aplaudían cual posesos las imbecilidades populistas de Hugo Chávez y Evo Morales. Autopresentados como hermanos de los pobres y enemigos del Gran Satán imperial, y bien pertrechados por su apéndice cubano, verbalizaron tal cantidad de simplismos populistas, que podrían llenar páginas enteras de humor político. Que personajes que tienen a Cuba o a Venezuela bajo la más férrea censura ideológica y, directamente, bajo el miedo, alcen la bandera de la libertad, nos recuerda hasta que punto la demagogia, cuando se viste de revolución pendiente, se vende barato y se vende fácil. Que además, los mismos tipos que se cargan la legalidad internacional en Bolivia, o consideran Libia como un modelo amigo, o facilitan los movimientos del terrorismo colombiano, hablen de derecho internacional, nos recuerda hasta qué punto los autarcas pseudolibertadores se liberan del complejo de la verdad. Aprendices de revolucionarios de tres al cuarto, esconden regímenes corruptos, despóticos y censores. Tienen de libertadores lo mismo que tenían las checas soviéticas, que también defendían al pueblo machacándolo. La diferencia es que ahora estos tipos manejan grandes medios de comunicación y el populismo vuela por los ordenadores de los ingenuos del mundo. Stalin con Internet. ¿Qué le pasa a Latinoamérica, que lejos de iniciar procesos emancipadores sólidos y serios, inicia derivadas sin otra salida que la frustración, el engaño y la corrupción? ¿Y qué le pasa a una izquierda incapaz de ir hacia la modernidad, tan obsesionada por los mitos de su adolescencia, que aún cree que el Che Guevara tenía razón. Y que lo reencarna cada demagogo que consigue llegar al poder? Le pasa lo que siempre le pasó, que una parte de la izquierda que menta el nombre de la libertad, lo hace en vano. Una parte de la izquierda que se manifiesta, grita, critica, berrea, nunca creyó en la libertad. Levanta su bandera hasta el paroxismo, pero no es la libertad lo que muestra, sino el populismo, el mesianismo y el maniqueísmo. Y cuando ello ocurre, siempre ocurre lo mismo: la bandera queda asqueada de tanto mal uso y, generalmente se mancha. Se mancha de todo, de mentiras, de manipulaciones, de corrupción, y hasta se mancha de sangre.